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El poeta de las decisiones graves

Joan Margarit acaba de publicar Nuevas cartas a un joven poeta , su hoja de ruta para caminar por el laberinto poético

LÍDIA PENELO

Tras compartir unas horas de bar con Joan Margarit (Sanaüja, 1938), todo se ve con más sentido común y buen humor. Al poeta le gusta el bullicio de los locales por la mañana. Lo aprovecha para remendar algún verso antes de empezar sus quehaceres de arquitecto. Sus gafas están graduadas de humildad y atrevimiento. La tinta de su bolígrafo es del color de la sensatez.

'La poesía ordena la vida, y no es cierto que sea para gente extraordinaria. En la época de Quevedo a nadie se le ocurría pensar que era para unos pocos. Eso sólo se lo han creído los que han venido después de las vanguardias, que a cualquier cosa que no se entiende le han puesto la etiqueta de poesía', afirma con los ojos encendidos.

El Premio Nacional de Poesía 2008 acaba de publicar Nuevas cartas a un joven poeta (Barril & Barral, Proa, en catalán). Un volumen no apto para los que esperen encontrar el aliento necesario para convertirse en poetas. 'La poesía no regala nada. Los poemas malos son residuos, ensucian el mundo y no son ni inocuos. Ser poeta es una decisión muy grave, muchos se la toman a coña porque son jóvenes, pero luego ves a hombres que pasan de los 50, amargados y cascados que llevan toda la vida escribiendo malos poemas. Si decides ser poeta, tienes que ir a por todas', argumenta el maestro.

A los que quieren penetrar en el laberinto de los versos les brinda dos recomendaciones: conocer a los clásicos y copiar muchos poemas a mano. En su caso, los de Neruda fueron una obsesión. 'Fue el vicio de mi juventud, pero Neruda hizo mucho daño... El poeta debe entrar en los maestros pero también debe saber salir, como en los temas amorosos. Querer mucho una cosa es querer una repetición. Enamorarse es la esperanza de que tú y yo hagamos algo repetidamente sin cansarnos. Sin la repetición, el acto amoroso no existe. Y eso es lo que pasa con la poesía. Neruda es un gran seductor, y si te enamoras de un seductor lo pasas fatal. Neruda es un río de posibilidades y no me liberé de él hasta que le encontré el punto flaco', dice antes de un breve silencio para tomar aire.

'Neruda tuvo una hija discapacitada. En 1936, cuando estalló la guerra, aprovechó para mandar a Holanda a su mujer y a la niña. Lo hizo porque estaba liado con Delia del Carril, la pintora argentina. Y ahí me dije: Joan, esto no funciona. Un hombre que no se ha dejado ni las papeleras, que ha hablado de Stalin y ha escrito odas a todo, ¿no se acordó de esa niña?. Esa es la grieta. Después de Neruda, ningún otro seductor me hizo sufrir', confiesa risueño. Así es Margarit, capaz de desvelar el misterio del amor a la vez que desarma a Pablo Neruda.

En cuestiones de arte se considera un dictador nada tolerante. La fealdad le molesta y, para él, la belleza es orden. En relación al nuevo orden establecido por Zapatero en su Gobierno, el poeta se muestra desganado. De la nueva ministra de Cultura, despacha que 'si simpatizó con el manifiesto de Rosa Díez y cree que en España se persigue el castellano, no nos entenderemos. Como poeta bilingüe no tengo interés en esos temas, porque lo primero que han hecho es arrinconarnos. Hace diez años que no piso el Cervantes'.

Para los que se empeñan en politizar la cultura, tiene claro el mensaje: 'Si alguna cosa no es democrática, eso es el arte. No pasaría nada si los ministerios de Cultura dejaran de existir. Lo primero que hace el político es organizar actividades con el único criterio de que sean democráticas, y a menudo lo hacen siguiendo un orden alfabético', observa enérgico.

Con 70 años, Joan Margarit practica un bilingüismo militante que le permite recitar sus poemas por todos los rincones de España sin ningún problema. Esa es la prueba del algodón que le autoriza a afirmar que, 'a pesar de lo que digan los periódicos, ¡esto no es Troya!' Pues eso, esto no es Troya.

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