Plácido Domingo vence a los virus y lo borda de nuevo en Madrid
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Ya anunciaba que no iba a romper récords, como con "Simon Boccanegra" este verano, y esta noche "sólo" han sido 7 minutos, y no 24, de aplausos los que el Teatro Real le ha dedicado por su Orestes en "Iphigénie en Tauride", pero Plácido Domingo, aunque afectado por una gripe, lo ha vuelto a bordar.
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"La verdad es que al final he salido muy tranquilo pero anoche estaba muy preocupado porque creía que no podría cantar. Es un resfriado galopante que afecta a unos y a otros. Si mañana no tengo voz no me importa porque ahora estoy feliz", ha asegurado el cantante a Efe al terminar la función.
"Me he sentido muy, muy emocionado, porque el público de Madrid es verdaderamente extraordinario. Estoy feliz", ha agregado el tenor mientras se dirigía a atender a la cola de fans que le esperaba a la salida de camerinos.
Domingo ha despertado el entusiasmo a pesar de su afección, que el intendente del coliseo, Gerard Mortier, ha comunicado al público al comienzo de la función con el mensaje "no demasiado malo" de que el artista no estaba "al cien por cien", contagiado por el virus que ataca a Susan Graham y ha afectado a Paul Groves, y que esperaba la "comprensión" del público.
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Enlazado por la cintura con sus magníficos compañeros de este primer reparto -que cantará también los días 16, 20, 23 y 25-, Domingo ha agradecido muy conmovido el torrente de "bravos" que han sonado rotundos todos ellos, incluido el director de la orquesta, Thomas Hengelbrock, y el director de escena, Robert Carsen.
En esta historia de autodestrucción de una familia, inspirada en Eurípides, la parte que canta Domingo está muy dividida a lo largo de los cuatro actos, en un conjunto de recitativos, duetos y tercetos, como frases cortadas, y el peso recae en la intérprete de Ifigenia, la desdichada hija de Agamenón y Clitemnestra.
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Aunque lo cantó por primera vez hace sólo tres años, en el Metropolitan de Nueva York, el papel parece hecho a medida del artista madrileño y es difícil imaginar un mejor Orestes, más apasionado en su amor fraternal por Pylades, o con una forma física tan espectacular, trepando por las paredes, literalmente, o arrastrándose por el suelo.
Hay dos versiones, para un tenor y un barítono y para dos tenores, pero la del Real es una combinación de ambas, de forma que en los duetos con Groves, que ha justificado con su actuación por qué el madrileño cree que no hay un "pylades" mejor en el mundo. Domingo tiene la parte baja y él la alta.
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La parte más dura ha recaído Susan Graham, "la Ifigenia por excelencia", también según Domingo, que ha sabido hacer de un papel tan exigente, de una profundidad tan enorme, en el que tiene que exhibir furia, tristeza y desesperación, un ejercicio purificador, apoyada en su potencia dramática y habilidad vocal a pesar del resfriado.
Hengelbrock, que volverá al Real la próxima temporada con "La clemenza di Tito", ha logrado que la orquesta suene "llena de sangre, de oscuridad y de dolor", no con un sonido limpio y maravilloso, sino realmente con el color imaginado por Gluck en el siglo XVIII.
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Al alemán se le ha notado muy cómodo con esta versión, que combina la tesitura de tenor y la de alto barítono, una mezcla de la versión de París -donde se estrenó en 1779- con el tono de la de Viena, porque para él, según decía a Efe, eso es "lo lógico".
Carsen ha vuelto en este insólito torrente de drama, sangre y dolor a un escenario en gris y negro, en el que la luz y el agua, como ya hizo en "Katia Kabanova" o "Diálogo de carmelitas", son los protagonistas.