Hace cinco años, psicólogos de la Universidad Técnica de Dresde, en Alemania, reunieron a casi un centenar de jóvenes estudiantes de ingeniería y, tras dividirlos en dos grupos, les encargaron la construcción de una complicada máquina. A unos les dieron como herramientas papel y lápiz; a los otros, ordenadores con programas gráficos. Finalizado el estudio, los bocetos hechos a mano exhibieron soluciones mucho más creativas que los diseños salidos de la impresora.
En lo que va de Mundial de F1, la imaginación de veteranos ingenieros como Ross Brawn (Brawn GP) o Adrian Newey (Red Bull) ha eclipsado a las estrellas del volante. Los coches del primero ganaron en Australia y Malasia; los del segundo hicieron doblete en China. El domingo se verá que pasa en Bahrein. De momento, la máquina se impone claramente al hombre. En plena crisis, los grandes equipos Ferrari, Mclaren, BMW y Renault andan desorientados. Tienen un piloto, incluso dos, en cuyos sueldos invierten una parte importante del presupuesto anual, y las carreras se ganan en las fábricas.
Los equipos pagan casi 20 millones de euros a jóvenes ídolos como Hamilton (24 años), Raikkonen (29) o Alonso (27), y dos sabios cincuentones, Brawn (54) y Newey (50), les han sacado los colores en las primeras citas del año.
Ambos han aprovechado las nuevas y revolucionarias reglas de 2009 para desempolvar sus experimentados y hábiles lápices. Han dibujado dos bólidos que cortan el viento y, a la vez, se aprovechan de él para pegarse al suelo como lapas. El BGP001 de Brawn es mucho más que su famoso y polémico difusor, y el RB5 de Newey vuela sin difusor, KERS ni alerón delantero movible.
La importancia de su labor, aún sorda para la opinión pública, no pasa inadvertida para los dueños de las escuderías. De hecho, el sueldo de un director técnico oscila entre 1,5 y diez millones de euros. Curiosamente, suelen ser los mejor pagados cuanto menor es el equipo y, al contrario, en los equipos grandes cobran menos que las estrellas que se sientan al volante.
Los pilotos que llegan a la máxima categoría del automovilismo mundial son excepcionales. Por supuesto, los de talento superior ganan carreras, Mundiales y, consecuentemente, más de diez millones de euros; los menos dotados parecen malos al lado del resto, sobre todo si la diferencia con su compañero de equipo es evidente, no suelen durar mucho en la F1 y su nómina no alcanza los seis dígitos (un millón).
La importancia del diseño no es nueva. Cuantas más restricciones impone el reglamento, más se premia la innovación eficaz. Así nacieron conceptos como el chasis monocasco, el efecto suelo o la suspensión activa. Muchos de ellos acabaron siendo prohibidos en F1 por peligrosos o por restar emoción a las carreras, pero su aplicación en los vehículos de calle ha revolucionado la industria del automóvil.
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