"Los perros y los gatos sí que lo pasaron mal"
Jacoba Moreno. Relata la hambruna en el bando nacional
Publicidad
Buscando rastros de la hambruna de hace 70 años, en Yepes (Toledo), por donde pasan hoy multitud de camiones anunciando su carga, se presta a charlar Jacoba Moreno, que vivió el final de la guerra en el bando nacional. A sus 94 años es la más anciana del lugar, según dicen las mujeres que limpian la iglesia. Ahora pasa las tardes junto a la ventana que da a la plaza, donde dice que un día gritaba el párroco llamando a los conocidos mientras "lo mataban los rojos".
Publicidad
Jacoba dice que no pasó hambre, pero que vio cómo se trapicheaba en su casa a diario: "Teníamos una panadería y nos traían de todo a cambio de pan, porque la ración que les daban en la calle era poco. Decían: ‘Tengo un conejo, ¿me das panes?'. Nos traían cortes de vestido, encajes, de todo".Para el racionamiento, recuerda, "menudas colas que se formaban, hasta el jabón estaba racionado". Y añade: "Daban una ración de azúcar cada 15 o 20 días. Toda la mañana en la cola y si la gente se revolucionaba y tiraba el mostrador, cerraban. En la plaza no se podía intercambiar cosas. Pero nosotros estábamos bien". Las penurias de los estómagos de sus vecinos se fueron hinchando. Sobre todo cuando no hubo harina de trigo para hacer pan. "Se hacía con cebada y maíz. La gente machacaba la cebada, colaba la harina y la traía a casa. Era tan mala que había que echarla en latas para meterla al horno, porque se deshacía", explica.
Describe la escasez con un gesto de la mano horizontal y seco: "No había de nada. Si tenían patatas, hacían otro guiso con las mondas. Gatos no dejaron ni uno. Ellos y los perros sí que lo pasaron mal", comenta, mostrándose ajena a ese asunto. "Dicen que está bueno", comenta. "Estábamos al lado de la fábrica", cuenta finalmente. "Tenían una fuente llena de tajadas y me dieron una. Se parece mucho a la liebre. Comí y dijeron: ‘Ahora te contamos qué es". Al fin, sonríe: "Estaba bueno. Estaba bien hecho".
A cientos de kilómetros, en Santa Magdalena de Pulpis (Castellón), Manuel Nos, que se alistó en "el bando de la República" con 15 años y se cruzó España en alpargatas, se siente hoy privilegiado. "Acabó la guerra y al llegar al pueblo me cogieron el dinero en el Ayuntamiento. Cargamos un carro de algarrobas y fuimos a Amposta. Nos dieron un saco de arroz y con eso y dos de garbanzos, comimos".
Publicidad
Manuel vivió el final de la guerra en las trincheras del Parque del Oeste, en Madrid, donde tomó café con "los de Franco" el 27 de marzo de 1939: "No anunciaron que se había acabado hasta el 1 de abril, no sé por qué". No fue a la cárcel. "Me pasé", justifica. Con 17 años y dos de guerraen el cuerpo, aún cumplió tres años y medio de servicio militar. "Más de una vez escondí bajo el capote militar a las estraperlistas que iban a Barcelona o a Valencia en tren. Venían y se metían debajo". Se pone serio: "Había quien se aprovechaba. Yo no. Las que venían conmigo no se llevaron ni un pellizco. Yo tenía hermanas".
Y es que España era en ese tiempo un ir y venir de paquetes escondidos, con todo se traficaba a cambio de un trozo de pan, como ocurría en la casa de Jacoba Moreno, en Yeste. "Con tomates y pimientos hacíamos pisto. Como en Madrid había mucho menos que aquí, lo metíamos en una caja, envuelto en papeles, y mi padre se lo llevaba a unos conocidos de la capital", recuerda ahora.