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"Esta no es una película de niños de Hollywood"

Spike Jonze dirige 'Donde viven los monstruos', un insólito viaje emocional al lado más salvaje de la infancia

SARA BRITO

La película es salvaje desde el minuto uno. Max irrumpe en la pantalla rodando por las escaleras, intentando someter a su perro con ferocidad. Así, a las bravas y con el vigor que aporta a toda la película el uso de la cámara en mano, se abre uno de los filmes que mejor captura la intensidad emocional de la infancia, aquella época en que se pasa de la alegría al berrinche, de la ternura a la crueldad en una fracción de segundo.

Desde luego que Donde viven los monstruos 'no es la película que Hollywood hubiera hecho', como afirma su director, el acreditado visionario Spike Jonze. Ni siquiera es la que los estudios habían imaginado al dejarla en sus manos. De hecho, el proceso de montaje se alargó durante año y medio entre presiones y sugerencias de la productora para ablandar una obra que les resultaba demasiado sombría. 'En los grandes estudios tratan a los niños como si fueran números. Pero son personas, y como tales, cada uno es diferente. Nuestro esfuerzo fue el de no ser condescendientes', afirmaba ayer en Madrid el director de Cómo ser John Malcovich (1999).

Quizás sea por eso que Donde viven los monstruos (o Donde están las cosas salvajes, según el mucho más sugerente título original) es una película insólita. Lo es por su manera veraz de retratar la infancia, por esa extraña mezcla entre fantasía e hiperrealismo y por la decisión de atarse a la emoción y no a los hechos.

'El peso de la película no está en la trama. No es un filme con misión. La narración es sutil y reside en el intercambio emocional entre los personajes', explicaba ayer Jonze. En realidad, en los 101 minutos de metraje no pasa más que algo inaudito: un niño de 9 años sale corriendo de casa tras una riña para llegar, al final de la escapada, a una isla habitada por monstruos (las emociones sin domar, digamos).

Una vez allí, Max hará el salvaje sin contención, conocerá las flaquezas de unas criaturas peludas e inmensas y aprenderá unas cuantas cosas sobre las incertidumbres emocionales que parecen haber llegado a su vida para quedarse. Sin enseñanzas cerradas, el hallazgo del filme, además de su asombrosa confección visual, es la de ser un viaje de iniciación meramente sensible.

Basada en un cuento popular en EE UU, escrito por Maurice Sendak, la película consigue dotar a los miembros de la banda de gigantescos peluches de una expresividad que pone los pelos de punta. 'El peso del filme está en los rostros, en las reacciones del que habla y del que escucha. Ese fue el mayor reto', confesó. 'Me ha pasado antes con Nicolas Cage o con Catherine Keener (que tiene un breve papel en el filme), son actores que dicen mucho en un gesto. Quería conseguirlo de Max, pero también de los monstruos'.

Para ello fue clave su amigo David Fincher. 'Él nos cedió durante un tiempo un hueco en su oficina, mientras trabajaba en Benjamin Button', recordó. 'Fue él quien me quitó de la cabeza la idea de hacer los monstruos como muñecos mecánicos (animatronics), su manera de trabajar fue una inspiración, aunque nosotros buscábamos una película menos digital y más física'.

Jonze encargó los muñecos a la compañía de Jim Henson, el creador de los teleñecos, rodó con ellos en Australia y luego los dotó de expresividad digitalmente. El resultado es físico y misterioso al tiempo, y nos coloca de vuelta en el lado más salvaje de la infancia.

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