Como si se tratase de una larga e inmerecida condena, la izquierda catalana suturó ayer una de sus cicatrices más dolorosas, 76 años y un día después del secuestro de Andreu Nin, líder del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Aquella medianoche del 16 de junio de 1937, Nin desapareció en las Ramblas de una Barcelona electrizada por las luchas cainitas entre comunistas ortodoxos (envalentonados por la presencia de elementos soviéticos dentro de las filas republicanas) e izquierdistas revolucionarios, entre los que cabían anarquistas, marxistas y trostkistas del POUM. Acusados de colaborar con el fascismo, estos últimos fueron perseguidos, su revolución detenida y Nin torturado y asesinado. De aquella guerra dentro de la guerra vendría la derrota y, durante décadas, el silencio y la división entre siglas aparentemente cercanas.
Por eso, el acto realizado ayer no tiene parangón. Primero por su perfecta organización de mano de la Fundació Andreu Nin, en el marco oficial del Parlament de Catalunya y ante más de 250 asistentes. Y segundo, y principal, por la participación de representantes de un amplio abanico de partidos de izquierdas: los cuatro presentes en la cámara catalana (ERC, PSC, ICV y CUP) y algunos extraparlamentarios, así como tres centrales sindicales (CCOO, UGT y CGT). El mayor y más importante homenaje a Nin, un defensor a ultranza de la unidad de acción de la izquierda, logró ayer durante unas horas precisamente eso: el espejismo de unas fuerzas progresistas unidas, mientras a las puertas del Parlament los trabajadores -ayer les tocaba el turno a los de TV3- se concentraban en contra de los recortes.
Algunos invitados no lo tenían tan claro. '¿Tú crees que la izquierda hace las paces consigo misma?', repreguntaba Cristina Simó, nieta de Nin, tras ser inquerida por Público. 'Hombre, hoy se sientan las bases y al menos habrá cierta unanimidad pero desde luego aún quedan muchos sectores que no lo tienen tan claro', argumentaba. 'Es un primer paso para dignificar la memoria de mi abuelo, aunque quizá falta algo más a nivel popular. Para la familia es muy importante que se limpie claramente su nombre, y se elimine aquella mancha en torno a su figura con las acusaciones de colaboración con el fascismo', concedía Simó.
Unas filas más allá, Andy Durgan, asesor histórico de Ken Loach en 'Tierra y libertad', respaldaba su escepticismo: 'La izquierda firma la paz consigo misma única y exclusivamente en torno a aquellos actos. Las discrepancias programáticas continúan. No sé si tiene demasiado valor que se pongan de acuerdo en loar a Andreu Nin 76 años después de su muerte si eso no sirve para actualizar su pensamiento y recuperar lo mucho que de Nin puede servir para los planteamientos revolucionarios hoy en día'.
Por su parte, la nonagenaria activista Teresa Rebull reivindicaba la memoria de Nin, a quien conoció en 1931, 'y la de todos los que cayeron víctimas del estalinismo'. Además de ella, algunos otros históricos miembros del POUM se contaban en el patio cubierto del Parlament, como Josep Colom, 98 años; Josep Maria Moratalla, 95; o la propia presidenta de la Fundació Andreu Nin, Teresa Carbonell: 'Yo sólo tengo 87 años', bromeaba al arrancar el acto. En la platea de invitados, en cualquier caso, también se intuían rostros juveniles tan ajenos a la Guerra Civil como a la división entre estalinistas y troskistas.
'Nin era el prototipo de militante revolucionario que supeditó su existencia al socialismo'
Tras la introducción de la presidenta del Parlament, Nuria de Gispert -que destacó a Nin como hombre de gobierno, conseller de Justicia de la Generalitat y defensor de la igualdad entre sexos- el historiador Pelai Pagès desglosó la andadura política del pensador nacido en El Vendrell, en 1892. 'Desde la Semana Trágica a la defensa de la república en 1936 o la revolución rusa, Nin era el prototipo de militante revolucionario que supeditó su existencia al socialismo, agrandado por su final a manos de unos verdugos enviados por Stalin'. Para Pagès, 'se trata de una de las figuras más maltratadas en la historia de Catalunya, cuyas ideas gozan de vigencia en estos momentos de confusión ideológica'.
Además de su evolución desde el republicanismo al comunismo, y de allí al marxismo revolucionario, Pagès subrayó el doble compromiso de Nin: la lucha social siempre caminó de la mano de las aspiraciones nacionales de los pueblos, algo que casi todos los representantes de las fuerzas parlamentarias progresistas coincidirían en proyectar hacia la Catalunya actual.
Oriol Amorós, de ERC, se aferró a la 'defensa de la autodeterminación de los pueblos de forma radicalmente marxista como el camino más justo para alcanzar la libertad nacional', al tiempo que Quim Arrufat, de las CUP, loaba 'el vínculo indisoluble entre emancipación social y nacional'. Sin embargo, las intervenciones más simbólicas, por lo que dijeron y por lo que callaron, serían las de los representantes de ICV y del PSC.
Joan Herrera, líder de la coalición ecosocialista heredera del PSUC, admitió que 'el debate entre guerra y revolución se resolvió mal por un exceso de intransigencia'. Para Herrera, Nin fue 'víctima de la larga mano del estalinismo, pero también del PC y del PSUC de la época. Se ha de admitir así'. Sin embargo, el portavoz del grupo socialista en el Parlament, Maurici Lucena, pasó de puntillas por las cuestiones candentes del acto -división de la izquierda, responsabilidad histórica, compromiso con la nacionalidad catalana- y se limitó a loar la traducción que Nin realizó de 'Crimen y castigo'. Lucena llegó a señalar que 'Nin estuvo alejado de la realidad política catalana', entre los murmullos de algunos asistentes.
Destacaron las palabras de Joan Josep Nuet, del Partit Comunista de Catalunya: la desaparición de Nin se agravó por culpa del 'olvido de una izquierda dogmática' en la que su propio partido 'se ha alineado en demasiadas ocasiones'. También se aplaudió el discurso de Josep Lluis del Alcázar, de Lluita internacionalista: 'el POUM vivió un momento parecido al nuestro, con la gran crisis de los años 30, y llegó a la conclusión de que el capitalismo no es reformable; sólo hay margen para la revolución y el socialismo'.
76 años y un día después, una variopinta escena progresista se reunió en torno a la figura de Andreu Nin. Su desaparición aquella noche calurosa de las Ramblas prefiguró la de la propia República, que se desharía como un azucarillo un año y medio después; pero también la unidad de acción de una izquierda, tanto en Catalunya como en España, demasiado dispersa en la guerra de siglas. Y, sobre todo, le robó al país un pedagogo, traductor, sindicalista, teórico político y revolucionario de acción que a sus 45 años ya había dado claras muestras de su inquieto talento al servicio de un proyecto crítico, incluso autocrítico, de izquierdas. Él ya lo dijo: 'el marxismo no es un dogma, sino un método para la acción'.
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