Nadie puede hablar del dolor como si no doliera
Todos tenemos derecho a que nuestro lecho de muerte no se convierta en el sanguinolento mostrador de una carnicería
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Cuando hablan con tanta soltura y desahogo del dolor y de la muerte, y muy en particular del dolor y de la muerte ajenos, los obispos españoles pueden engañar a sus fieles, a su médico, a su familia, a sí mismos, pueden incluso engañar a la mismísima Roma inmortal, pero nunca podrán engañar a Internet, que viene a ser una especie de dios cotilla y por lo civil, un dios omnipresente y tecnológico que todo lo sabe porque todo lo guarda en su infinita memoria.
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Antes, todo estaba en los libros; ahora, todo está en Internet. Tal vez vayamos a salir perdiendo, pero si fuera así ya no tiene remedio. Y ahí, en la Sagrada Red, está también el modelo oficial de testamento vital que la Conferencia Episcopal tiene imprudentemente colgado en su página web para que puedan utilizarlo quienes no desean que se les "mantenga en vida por medio de tratamientos desproporcionados".
Las mismas cosas son las que dice la ley andaluza de muerte digna que tanto irrita a la Iglesia. No es preciso tener fe para compartir esos prudentes principios episcopales cuyo resumen es que todos tenemos derecho a que nuestro lecho de muerte no se convierta en el sanguinolento mostrador de una carnicería donde los médicos puedan exhibir su ciencia para alargar nuestra agonía.
Los obispos tienden a hablar del dolor ajeno con una ligereza impropia de quienes, por razón de su oficio, deberían ejercitar una simpatía universal y profunda por los que sufren hoy y por los que se niegan a sufrir mañana. Y es que lo peor del dolor no es que sea inútil como creemos los ateos o útil como cree la Iglesia: lo peor del dolor es que duele. Y por eso nadie tiene derecho a hablar de él como si no doliera. La próxima vez que un prelado tenga la tentación de hacerlo, váyase a Internet, abra la web de la Conferencia Episcopal, relea el testamento vital y guarde amoroso silencio.