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En la mente de un miembro de la Unidad de Intervención Policial

ALFONSO ÁLVAREZ-DARDET

¿Cómo concilia la vida personal y profesional un antidisturbios? ¿Se arrepiente cuando tiene que cargar contra los manifestantes? ¿Tiene conflictos morales por su trabajo? Estas, y otras cuestiones son las que uno puede encontrar en la obra El antidisturbios, del dramaturgo y director Félix Estaire, que hasta el 20 de noviembre se representa todos los jueves a las 22:30 en el teatro Galileo. 'Vas a manifestaciones y te da impotencia que no se puedan cambiar las cosas y que todo se reduzca en romper cualquier conato de protesta a base de palos. Creo que hay otras maneras', reflexiona el autor sobre los motivos que le llevaron a escribir este texto con el que pretende, ante todo, remover conciencias y crear un debate.

La obra trata el tema desde la perspectiva de un antidisturbios, Eugenio Gómez, y la relación que tiene con su hija, Lucía Barrado. La historia transita entre el pasado y el presente, presentando algunos aspectos clave entre los dos que permite al espectador ser partícipe de los cambios tan extremos que sufre el vínculo que los une cuando la joven comienza a ser consciente del trabajo de su padre y del papel que ocupa en la sociedad. La inocencia de los primeros años se ve enfrentada con las reflexiones de una adolescente. Finalmente, la protagonista acaba convirtiéndose en una activista que pertenece a un grupo pacífico de protesta estudiantil. Una mañana, el personaje que interpreta Barrado se dirige junto a sus compañeros a una manifestación, es la misma a la que acude su padre como jefe de la Unidad de Intervención Policial, el máximo responsable de contener a los asistentes, en caso de que sea necesario.

La obra tiene un ritmo lento, lo que hace que alguno se pueda despistar. La interpretación de los protagonistas, sobre todo la de Gómez resulta en algunas escenas plana, como es el caso de la conversación que mantiene el padre con la hija en el hospital tras haber recibido esta la paliza de un antidisturbios: un instante de la función que se presupone debe estar cargado de energía y rabia y que sin embargo ambos interpretan sin sangre en las venas. Una decisión, no obstante, que puede ser más de dirección que de actuación.

Sin embargo, en general, la obra te deja un buen sabor de boca. En este texto, que a veces peca de panfletario, encontramos una seria reflexión sobre la responsabilidad moral de seguir obedeciendo a tus jefes, incluso cuando sabes que lo que haces está mal. Muchos, probablemente, justifiquen sus acciones poniendo mil excusas, pero otros sufrirán una crisis que les lleve a la complicada decisión de no contar a sus allegados nada sobre el trabajo que desempeñan.

Cierto día, recuerda Estaire, escuchando la radio, la cadena Cope, le hicieron una entrevista a varios antidisturbios: 'les preguntaron si después de una manifestación les cuentan lo que han hecho a sus hijos, y respondieron que no, que intentaban mantenerlos alejados de determinada información. Ellos mismos no se sienten demasiado orgullosos de determinados actos. No se lo muestran a sus familiares. Si te sientes orgulloso de pintar un cuadro lo enseñas, pero es más difícil decir: pues hoy he contenido una manifestación de estudiantes y le he pegado a siete, en el tercer porrazo me pareció haberle roto un hueso a alguien... Pueden decir que se sienten orgullosos, pero creo que es un orgullo encerrado, entre ellos mismos, en plan somos fuertes, somos poderosos... pero no es un orgullo real, con su hija no lo sacan fuera', explica el director.

Una de las ideas de Estaire ha sido la de invitar a 10 antidisturbios a cada representación con la intención, si lo desean, de generar un debate, incluso un coloquio tras la función. 'Sabemos que han acudido policías nacionales, nos consta que ha venido también algún antidisturbios pero ninguno se ha identificado. Les cuesta hacerlo hasta para venir gratis al teatro', asegura el director.

La idea inicial, después de saber que podrían acudir antidisturbios a la obra, era la de hacerles una entrevista tras la función. Pero garantizar su anonimato es fundamental, y un derecho que tienen, como ciudadanos, tanto como si quieren hablar y empezar un coloquio como si quieren acudir como un espectador más. Si fue alguno el pasado jueves, no se dejó ver. 'Un amigo nos dijo que había venido un antidisturbios a otra función. Nosotros estábamos en la cabina y nos fijamos que en primera fila había un tipo muy grande que no paraba de moverse, de retorcerse de un lado a otro, y cuando terminó la obra se fue corriendo, el primero, sin aplaudir. Pero pagó la entrada, porque no se identificó. Nosotros llegamos a un acuerdo con el teatro para que solo se tenga que identificar con el gerente. No quiero saber quién es el antidisturbios, si le apetece después venir y hablar conmigo perfecto pero tenemos que garantizar su privacidad, es algo normal', asegura Estaire.

En realidad, la propuesta de escribir sobre un antidisturbios fue, en un principio, para presentarse a un concurso de guiones radiofónicos. La adaptación al teatro fue un proceso natural, y lógico, asegura Estaire, que sostiene que si un guión funciona en las ondas también lo hace sobre las tablas. Aunque la transición obliga a introducir figuras más visuales. 'En teatro funciona la palabra y después la vista, en la radio solo la palabra.', explica el director madrileño. Para la elaboración del texto contó con la ayuda de un antidisturbios, 'pero después no quiso saber nada de la obra, de hecho no ha venido a verla', asegura.

La cosa no queda ahí, con la intención de generar un debate constructivo, la propuesta es la de llevar la función más allá de los teatros, a las universidades. A falta de que se concrete y sea aceptada, la idea sería llevarla a las aulas de la complutense de Madrid para que los alumnos puedan alimentar el coloquio y quizás, ver esta figura tan polémica de la sociedad de una manera distinta a la acostumbrada. Ya se intentó con los policías, que en su mayoría prefirieron o no ir o permanecer en el anonimato, e incluso se invitó a bomberos: 'lo hicimos para que hablasen, fue cuando ocurrió la movida entre los bomberos y los antidisturbios'.

Un debate que se antoja necesario en una sociedad que parece ir a la deriva. Un trabajo que crea polémica: contener a las masas, pero en su justa medida y sin excesos. Es difícil tratarlo y es fácil juzgarlos como borregos al servicio de los que mandan, que ahora resulta que muchos de ellos, presuntamente, son quienes también nos roban. Pero, si no hay nadie que mantenga el orden, ¿Qué pasaría? Quizás sobre esto haya que reflexionar.

 

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