El mejor epílogo para Juan Muñoz
El Museo Reina Sofía recibe la obra del artista madrileño, que ya recorrió cuatro ciudades en un formato menor
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La mayor retrospectiva del premio Nacional de Artes Plásticas 2000 Juan Muñoz (1953-2001) abre hoy sus puertas en el Reina Sofía con más de 100 piezas. La muestra, que itineró por la Tate Modern de Londres, el Guggenheim de Bilbao y el Museo Serralves de Oporto, y permanecerá en Madrid hasta el 31 de agosto, llega a la ciudad natal del artista con aires renovados y la ambición de dejar huella. La mayor diferencia con las anteriores exposiciones que han sumado cerca de 400.000 visitas radica en el número de obra presentada, con un aumento de una veintena de piezas antes no reunidas: la mayoría dibujos, pero también hitos en la trayectoria de Muñoz, como Sara frente al espejo (1996).
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Manuel Borja-Villel, director del museo, justificó a Muñoz como huésped de pleno derecho en sus salas, "más allá de que sea español, por romper las falsas dualidades que nos atenazaron en la modernidad: la contraposición entre la abstracción y la figuración, el progreso y la tradición, y el objeto y el concepto. Muñoz ve el pasado sin rupturas con el presente".
Esta es la principal razón por la que Lynne Cooke, comisaria de la muestra junto a Sheena Wagstaff, ha situado algunas obras del artista fuera de la propia retrospectiva, en una suerte de diálogo con otros artistas de la colección permanente, como Richard Serra (de cuya cercanía física Borja-Villel destacó la "tensión"), Julio González o Medardo Rosso. Cooke vinculó a Muñoz con González y Picasso en lo referente al trabajo de materiales que antecedió a sus obras, y a Calder y Miró, por su capacidad para animar los espacio públicos.
Además de las tres cuartas partes que ocupa la retrospectiva en la tercera planta, Muñoz sorprende al visitante en los jardines (con dos fragmentos de Thirteen laughing at each other, 2001), en la terraza de Sabatini (Conversation piece, 1994) y en la planta baja (Hanging figures, 1997), donde el artista parece probar la resistencia del público según la distancia que interponga con la pieza. En este sentido, el director del museo destacó la permanente inclusión del espectador en la obra de Muñoz: "Logra así un espacio imposible, un espacio psicológico de silencios y de ausencias en el que el público, encargado de llenar esos silencios, se ve atrapado".
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Sobre la gran visibilidad de las esculturas de Muñoz y el relativo desconocimiento de su nombre por parte del gran público, su viuda, la también artista Cristina Iglesias, aseguró que "necesita tiempo", si bien "él sabía que estaba en un lugar importante. Su obra tiene una gran potencia para transmitirlo y cada vez es más contemporánea".
Además, refirió que Muñoz "estaría contentísimo" de que la exposición acabe en Madrid bajo la tutela de un director como Borja-Villel. La retrospectiva huye de la cronología, lo que no impide advertir una progresión narrativa que desemboca en conjuntos escultóricos de conversación, entre los que destacan Muchas veces (1999) y Dos sentados en la pared (2000).
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Dos dragones de escayola dan la bienvenida al visitante y enseguida se adivina la vocación teatral de Muñoz, con los balcones de Hotel Declercq (1986), y los suelos en perspectiva de Tierra baldía (1986) y de El apuntador (1988). Desde el principio invade al espectador una sensación de extrañeza ante una escenografía de muros despojados, como una invitación al público para dejarse engañar: "Muñoz presupone que el espectador sabe que es un truco", concluye Borja-Villel. Con esta premisa el visitante llega a los ventrílocuos estatuas con motor que mueven la boca con el presentimiento de que lo que realmente pregonan son las obsesiones de uno mismo. "Juan usaba el momento y el espacio", desvela Iglesias.
El recorrido en el tercer piso se cierra con los oscuros lienzos de Cortinas y del Ventrílocuo mirando a dos interiores. Pero la visita continúa en la planta baja, con toda una sala dedicada a las piezas sonoras, sobre música de Alberto Iglesias, y a los trabajos de Muñoz en papel, entre los que se incluye el libreto que editó explicando La ilusión óptica de los juguetes que giran. "Aquí hay mucho de narración. Nos hemos planteado esta exposición como un epílogo", explica Borja-Villel.