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"Me interesa el hombre medio"

El director teatral Miguel Narros recibe el Max de Honor en una gala en la que triunfa la compañía Animalario

JUAN JOSÉ TÉLLEZ

'Que te hayan dado el Max de honor es muy gratificante, pero no cambia para nada tu vida. Si acaso, se despierta un poco más el sentido de la responsabilidad', masculla Miguel Narros (Madrid, 1928), que anoche recibió en Gran Canaria el Premio de Honor de los Max de las Artes Escénicas en su XII edición.

Pese a las muletas que le sirven de apoyo por un traspiés, mantiene una apariencia jovial: 'El teatro tiene la personalidad de la gente que lo hace. Cada uno tiene una forma de pensar y de crear para la escena. Mi teatro, por ejemplo, es completamente distinto al de Albert Boadella, a quien admiro, pero que incide en la vida cotidiana, en personajes del entorno habitual de todos nosotros'.

Satisfecho por su más reciente estreno La abeja reina, de Charlotte Jones, en una inteligente versión de Verónica Forqué, Narros pasa revista a una carrera que le llevó de París a Nueva York, con títulos tan contemporáneos como su penúltima puesta en escena, La cena de los generales, de José Alonso de Santos, hasta sus versiones de Fedra, La posadera, Así que pasen cinco años, El Concierto de San Ovidio o El Tío Vania: 'En el teatro, existen un lenguaje y unas formas, pero sobre todo unos seres humanos y esos seres humanos del teatro barroco, rococó o romántico lo que están viviendo es lo que hoy se vive. La humanidad es siempre la humanidad. Y el teatro clásico afronta problemas que hoy siguen vigentes, más allá del lenguaje o las modas'.

Aunque ha prestado atención a mitos masculinos como El burlador de Sevilla o El Caballero de Olmedo, Miguel Narros prefiere apostar por mujeres sabias o por damas bobas: 'Me identifico más con ellas, quizá porque como mujeres han estado significativamente marginadas durante siglos y hoy se les sigue castigando en ciertos países. Hay que intentar acercarse a ellas, entenderlas, porque, como decía Darwin, el hombre y la mujer somos de la misma especie, pero muy diferentes'.

Miguel Narros escapó del franquismo para ampliar estudios a bordo del Teatro Nacional Popular de Francia, donde supo que los clásicos podían reinterpretarse con imaginación. Volvió a la España del TEU, del Pequeño Teatro y otras iniciativas insólitas para aquel país dictatorial: 'Volver a España era volver a las cavernas, porque aquí se hacía un teatro en el que el productor que estaba en boga era el que hacía ciertos productos que no suponían ningún riesgo. Claro que también estaba Luis Escobar, o Cayetano Luca de Tena, que hacían otro teatro, con otros ojos'.

El director recuerda aquellos años donde no primaba tanto la valentía como la temeridad en el teatro. 'Hay que tener en cuenta que yo era muy joven y que la juventud arriesga mucho. A mí me gustaba hacer teatro porque tenía cosas que decir, cosas distintas, cosas que pasaban. Hice la Antígona, de Anouilh, en la época franquista, cuando era una obra que reivindicaba el derecho a morir y a vivir con dignidad', señala.

Hoy en día, a Narros no le interesan los espectadores 'resabiados', sino la pureza del hombre medio. 'El público, en momentos de crisis, siempre que quiere evadirse, elije el teatro, el music-hall, propuestas que puedan distraerle y alejarle de lo que le preocupa'.

Sigue apostando por el teatro bien hecho y por los espacios públicos como el Español, que dirigió durante la Transición, y el Centro Dramático Nacional. 'El cine y la televisión nacen del teatro. Y el teatro nace de contar historias. Según Lope, si hay alguna pasión, alguien que hable de ello y otra persona que quiera escucharle, hay teatro. No necesita más'.

En cierta medida, admite, tanto Rodríguez Zapatero como Rajoy también actúan: 'Ellos han elegido una carrera que también se basa en actuar, en expresarse ante el público y en tratar de convencerle. Lo que no sé es si son buenos o malos actores. A veces, se quedan en grandes bufones'.

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