Una marea blanca de seguidores del Real Madrid, ataviada con la camiseta de su equipo, inunda desde primeras horas de esta tarde el antiguo cauce del río Turia en Valencia y la zona sur del estadio Mestalla a la espera de su mayor duelo futbolístico: una final contra el FC Barcelona.
El epicentro de esta gran ola se encuentra situado en el interior de cauce, bajo una inmensa carpa blanca sellada por tres escudos del Real Madrid, donde miles de aficionados apuran las horas previas al encuentro entre cánticos, comida y mucha bebida.
Está ubicada en un sitio estratégico, a pocos metros de Mestalla y justo en medio de los dos hoteles elegidos por los clubes para alojarse, inaccesibles ante la custodia de un férreo dispositivo policial.
La carpa, y un tramo extenso del cauce, se han transformado en un universo de colores claros y señas castizas, una auténtica fiesta al grito permanente de ¡hala Madrid! y la música atronadora de unos "dj" que combinan velocidad rítmica con las canciones más populares de Manolo Escobar.
Una reproducción de La Cibeles muy fallera -de cartón y madera-, preside la entrada a este templo madridista improvisado y repleto de vendedores ambulantes de comida, bebida y todo tipo de prendas y abalorios con los emblemas del conjunto entrenado por Mourinho, y también con los colores de la bandera española.
Había amenaza de lluvia, pero las previsiones fallan por el momento, lo que ha permitido que los aficionados salgan de la fortaleza blanca y disfruten del las zonas aledañas al campo de fútbol. El trayecto más concurrido es la calle que lleva al gran supermercado cercano; aprovisionamiento y regreso a la carpa.
La mayoría de los seguidores no ha venido a hacer grandes dispendios, sino a ver un partido de fútbol, una aventura nada barata en estos tiempos.
"La entrada me ha costado 120 euros -sector bajo de la grada Gol Sur-, y el autobús de ida y vuelta a Madrid casi 30 más. Hoy toca gastar poco porque si no me va a costar como unas vacaciones, así que pan, embutido y cervezas de litro", ilustra en declaraciones a EFE Daniel Ruiz, aficionado de 24 años.
Pero no todo son clientes de supermercado, también hay muchos profesionales de barra y terrazas de bar, aunque estos locales esperan el momento álgido que llegará con el ocaso, cuando la carpa del río cierre sus puertas.
"Hasta el momento ha sido un día normal, pero esperamos una avalancha en breve. En la última final pasó igual, y al final nos quedamos sin existencias", reconoce el propietario italiano de un bar próximo al estadio.
Los bares, las calles y carpa la hablan un lenguaje común, el de los cánticos a favor de su equipo y, especialmente, los insultos al adversario. El himno del Madrid, que los aficionados reproducen incluso con megáfonos portátiles, y el "yo soy español" que encumbró La Roja durante el pasado mundial, ganan por goleada.
Los "intrusos" en la zona blanca, algunos aficionados con la camiseta blaugrana, aguantan la ironía del oponente, que, no obstante, no llega al hostigamiento personalizado, porque la deportividad velada y la ausencia de incidentes son, de momento, el mejor resultado ajeno al terreno de juego.
"Hay respeto mutuo, en el fondo saben que somos superiores", responde a la afrenta Carles, un seguidor culé que llegó anoche y ha preferido quedarse por esta zona, en la que viven sus familiares Carteles de se busca entrada, disfraces futboleros, miradas furtivas de los reventas -hasta 3.000 euros alcanzan sus precios-, helicópteros sobrevolando y un notable atasco circulatorio completan la postal al sur del estadio.
Los nervios y la rivalidad se mezclan en el aire que respiran dos aficiones con único y verdadero deseo en común: el pitido inicial del encuentro.
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