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Manu Brabo: "No me arrepiento de nada"

El fotoperiodista español ha llegado hoy a España tras pasar seis semanas detenido en Libia. Brabo no lamenta haber ido a Libia pues, antes de su detención, 'estaba viviendo el sueño de su vida'.

TRINIDAD DEIROS

Entre aplausos y vivas de sus amigos, que le gritaban “¡Fiera!”, y con una sonrisa enorme en su rostro, el fotoperiodista Manu Brabo (Gijón, 1981) apareció hoy flanqueado por sus padres en la sala de prensa del aeropuerto de Barajas. Media hora antes, poco después del mediodía, había aterrizado el avión que lo trajo de Túnez y que puso fin a su odisea: un cautiverio de seis semanas en manos del régimen libio que acabó el miércoles, el día de su liberación en Trípoli.

 “Estoy  flipando con todo lo que ha pasado”, fue lo primero que dijo Manu, a quien enseguida se le rompió la voz al dar las gracias a Diego Ruiz, el número dos de la embajada de España en Trípoli, que “hilando fino” ha mediado para obtener su liberación, a su familia, a sus colegas y a todos los que se han movilizado para que recuperara la libertad : “No sé cómo dar las gracias, sois la hostia, ni cuándo cojones voy a merecer esto”, aseguró emocionado antes de señalar que, pese a la experiencia que ha vivido, no se arrepiente 'de nada”. Éste es el relato que Manu ha hecho de su cautiverio.

La captura: 5 de abril.

“Aquel día la cagamos; pisamos un poco más de lo que teníamos que pisar. Estábamos [Brabo estaba con los reporteros estadounidenses Clare Gillis y James Folley, así como con el surafricano Anton Hammerl] en primera línea del frente [en la carretera entre Brega y Ajdabiya] y hubo un contraataque de los ‘gadafos’. El Ejército de Pancho Villa [los rebeldes] echó a correr y nos dejaron allí. Yo empecé a correr con Clare para tratar de alejarme de la carretera y  del fuego. Empezaron a disparar sobre nosotros, descargaban bien:  éramos el blanco. En aquel momento, intuí que Anton estaba intentando correr por la carretera para atrapar algún medio de transporte. Clare, James y yo nos pusimos a cubierto y entonces oí a James que preguntaba: “Anton, ¿estás bien?”. Anton respondió: “No”.

Luego nos pillaron. Se bajaron del coche y nos frieron a culatazos y a hostias. Cuando nos subieron al furgón, vi a Anton pálido: tenía las tripas fuera. A nosotros tres nos subieron al pick-up. No sé qué ha sido de Anton” [La familia del fotógrafo surafricano ha informado hoy de su muerte en Libia basándose en testigos que, como Brabo, le vieron gravemente herido].

El interrogatorio

“Tras detenernos, nos trasladaron a Brega a un casa. Nos tuvieron allí cuatro horas y después nos dieron cigarrillos, agua y comida. Luego nos llevaron a otro sitio, que por las horas que duró el viaje, creo que era Sirte. Allí nos interrogaron por primera vez, con los ojos vendados.

El calabozo

“Nos tuvieron en un calabozo dos días. Al segundo, nos sacaron, nos arreglaron un poco y nos hicieron una entrevista con la televisión libia. Al día siguiente nos llevaron a Trípoli, junto a un periodista de la NBC que también  habían capturado. En la furgoneta nos dieron té, bocadillos y agua. Nosotros estábamos medio de guasa; el de la NBC decía: ‘En tres días estamos fuera’. El tío se fue a los tres días, pero nosotros no”.

El aislamiento

“En Trípoli me llevaron a un centro militar donde pasé doce días en una celda de aislamiento. El segundo día, me interrogaron cuatro horas seguidas. La cosa empezó bien; me dijeron que España y Libia se llevan bien, que habían seguido la victoria de España en el Mundial, y al final terminaron acusándome de espionaje'.

La cárcel de Sdeida

“Después de doce días de aislamiento, me meten en un furgón con los ojos vendados. Enseguida nos quitamos las vendas y entonces veo  a James y a otro periodista tunecino. Como nos llevan al juzgado, empezamos a tener la esperanza de que nos van a liberar. Allí nos hacen unas preguntas sobre nuestra declaración, luego me acusan de entrada ilegal en el país y de ejercer el periodismo sin permiso. Del tribunal me trasladan a la cárcel de Sdeida [en Tripoli] y me meten en una celda con ocho compañeros. En la cárcel, me instalo en la rutina, pero prefiero la cárcel al aislamiento. Se estaba mejor allí que sólo en un calabozo”.

La llamada a la familia

Un día nos llevan a hablar con el alcaide de la cárcel. Allí un señor muy amable me deja llamar a mi familia por primera vez. Aquello hizo que me encontrara mejor; antes estaba muy preocupado porque no estaba seguro de si ellos sabían algo de mí. Luego resulta que sabían más que yo.

Pasan los días y al final nos llevan de nuevo al juzgado para hacernos las mismas preguntas de siempre; mientras, nosotros esperábamos un  veredicto que no llegaba. Un día nos hacen ir de nuevo donde el alcaide; allí un tal señor Chibani se presenta como representante de la oficina del hijo de Gadafi y nos asegura que lo nuestro le parece una injusticia y que va a hacer lo que pueda para que no sigamos en la cárcel. Chibani me da 50 dinares, que sirven para comprar tabaco y cepillos de dientes para toda la celda.

El bombardeo de la OTAN

Cuatro o cinco días después me sacan de la celda. Conmigo viene Nigel, un tío cojonudo. Es un periodista británico que se ha pasado 67 días en prisión. Nigel salió porque son tan incompetentes que lo confundieron con el americano. Nos llevan a una villa en las afueras de Trípoli. Allí se estaba mejor: tenía una cama, un espejo, un plato de pescado con gambas y dos libros en inglés, pero a las cuatro horas a la OTAN le da por bombardear y nos vuelven a llevar al centro de detención donde estuvimos los primeros días. Entonces me acojono; pienso que se van  a olvidar de mí y me van a dejar ahí, pero no, al día siguiente me llevan a una villa donde hay televisión y coca-cola. Luego traen a Clare [la reportera estadounidense].

“La granja de engorde”

“La villa era como una granja de engorde, nos dieron de comer hasta que empezamos a parecer más o menos personas. Volvemos a tener esperanza porque, aunque seguíamos en la cárcel, las condiciones eran mejores. Pronto liberan a James y lo traen con nosotros. El lunes [de la semana pasada] consigo por fin hablar con Diego [el diplomático español], que me dice que lo peor ya ha pasado y que no haga cagadas”.

La liberación

“El lunes nos llevan de nuevo al tribunal, donde estuvimos cinco minutos. El fiscal que había hecho las preguntas se pone una toga y ahora es el juez. Nos pregunta si tenemos alguna petición: irnos a casa, le respondemos. Nos declaran inocentes pero tenemos que pagar las costas del juicio: 300 dinares, y ninguno tenemos ni un duro. Luego nos llevan a la villa en un cochecito. 

Al día siguiente nos trasladan de nuevo a la otra villa, aquella de la que tuvimos que huir por el bombardeo de la OTAN. [El miércoles] A las 5 de la tarde nos dicen que nos demos una ducha, que nos peinemos y que nos cambiemos de ropa. Luego nos vendan los ojos.

Cuando nos quitan la venda, vamos en un mercedes de narices, que nos lleva al hotel Rixos. Allí aparece el vocero de Gadafi para decirnos que estamos muy guapos y que si queremos nos podemos quedar en Libia para seguir trabajando, que nos dan el visado. Después llega Diego [el diplomático español] y paso la noche en la residencia de la embajada, antes de iniciar el viaje de vuelta a España”

El sueño de una vida

“Ahora voy a descansar y estar con mi familia. Hacer vida normal y , si se puede, currar. No me arrepiento de haber ido a Libia: hasta que me detuvieron estaba viviendo el sueño de mi vida. Cuando vas a un sitio como Libia, sabes que te pueden pasar estas cosas, aunque siempre piensas que le pasará a otro y no a ti”.

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