Sacudida por incipientes disensiones internas y sin el control efectivo de la mayor parte del sur del país, la nueva autoridad libia afronta desde hoy el inicio de una semana crucial, tras la llegada a Trípoli del presidente del CNT, Mustafa Abdulyalil.
Durante los próximos siete días se espera que el nuevo Consejo Nacional de Transición (CNT) ponga las bases para la convocatoria de una Conferencia Nacional que sirva para diseñar una estrategia y discutir las diferencias que han surgido en el seno de la llamada "coalición del 17 de febrero".
Con ese objetivo llegó el viernes a Trípoli el presidente del CNT, y cabeza política visible de los rebeldes, Mustafa Abdulyalil, quien fue ministro de Justicia durante el régimen del ahora huido dictador, Muamar el Gadafi.
"Nos queda un trabajo muy largo y muy difícil por delante. Debemos acabar primero con las operaciones militares, pero no debemos de dejar de trabajar en las necesidades y en el tramo político", explicó hoy a Efe un alto cargo del CNT.
En ese proyecto se centra desde hace semanas Abdulyalil, quien en su primera visita a la capital desde que prendiera el alzamiento mantuvo diversas reuniones con miembros de la CNT ya instalados en Trípoli y con notables de la ciudad.
Jefes de clanes de la provincia occidental de Tripolitania -en la que se halla la capital- así como líderes militares de zonas de gran actividad bélica como Misrata han criticado al CNT por la falta de decisión y de avances palpables en la reconstrucción política, social y económica del país.
El más crítico ha sido hasta la fecha el líder militar islámico Ismail al Salabi, quien ha pedido públicamente la renuncia de la autoridad de transición "ya que en realidad son remanentes del antiguo régimen".
En el ojo del huracán se sitúa el primer ministro del CNT, Mahmud Yibril, un tecnócrata que colaboró con el anterior régimen en un fallido intento de apertura económica, y que ya ha advertido que "la guerra no ha acabado" y que "el reto más difícil es el de la reconciliación".
A Yibril, algunos grupos en Trípoli, Misrata e incluso en la propia capital rebelde, Bengasi, le recriminan que haya pasado mucho tiempo viajando por el extranjero y no se haya ocupado de resolver los problemas más acuciantes y fundamentales de la población.
En el fondo del laberinto se mezcla, no obstante, la dificultad de repartir el pastel del poder y la gestión de una economía rica en un Estado donde las infraestructuras políticas son débiles y la sociedad civil inexistente.
A ello se une, además, el complejo origen de los grupos que conforman la "coalición del 17 de febrero", nacidos de un intrincado sistema tribal.
Aunque el discurso oficial, tanto de los ciudadanos como de los políticos, es que el alzamiento ha unido a los libios bajo una sola bandera, la realidad apunta a derroteros contrarios.
El mejor ejemplo es el de la tribu de los Warfalla, la más populosa del país y a la que pertenece un sexto de la población libia.
Dividida en 52 clanes, una parte de ella ha abrazado la revuelta, mientras que el resto se mantienen fieles al antiguo régimen y resisten en los oasis meridionales de Bani Walid, Sebha y Jufrah, y la ciudad costera de Sirte, cuna de Gadafi.
Pero también existen viejas rencillas regionales, como la tradicional rivalidad entre la Tripolitania y la Cirenáica, donde se halla Bengasi, y cuestiones étnicas, como las fidelidades de los bereberes del oeste -unidos al alzamiento- y los nómadas del sur -más proclives a Gadafi.
Igualmente, poblaciones como la de Misrata, que es la que más sangre ha aportado a la guerra, también quieren ver su sacrificio compensando.
En la línea del frente, el sábado se produjo una reducción de los combates, pese a que la OTAN llevó a cabo algunos bombarderos y estallaron escaramuzas en Bani Walid, Sebha, Jufrah y el llamado "valle rojo", en las proximidades de Sirte, única ciudad del norte en poder gadafista.
Fuentes militares rebeldes en el cerco de Bani Walid confirmaron a Efe que sus fuerzas controlan la entrada norte del oasis, pero que han optado por "un repliegue estratégico" a la espera de que avancen los frentes del este y el sur y lleguen más refuerzos desde Misrata.
Los alzados habían logrado el viernes penetrar casi hasta el centro de la ciudad, pero se habían topado con la resistencia de "unos 600 gadafistas, muy bien entrenados y disciplinados", un centenar de los cuales serían francotiradores.
El avance se produjo con ayuda de la OTAN, fundamental en esta guerra: según su parte diario, la alianza bombardeó posiciones en Sebha, Jufrah, Sirte y Bani Walid, donde destruyó una lanzadera de misiles y un tanque.
Javier Martín
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