El lago reemplaza a El negro de Banyoles'
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Era un guerrillero de piel oscura, llevaba taparrabos, una lanza y no superaba el metro y medio. Durante años esta pieza, un bosquimano disecado conocido popularmente como El negro de Banyoles, fue el principal reclamo del Museo Darder, ubicado en la misma capital del Pla de l'Estany. Pero la atracción se acabó convirtiendo en un auténtico dolor de cabeza cuando un doctor español de origen haitiano escribió una carta al alcalde pidiéndole que lo retirara a principios de la década de los noventa.
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La controversia de exhibir restos humanos saltó a la palestra informativa y generó un conflicto diplomático. Algunos gobiernos africanos dieron su apoyo al doctor y la polémica llegó tanto a las Naciones Unidas como a la Organización para la Unidad Africana. En 1997 fue retirado del museo gracias a la intervención de personalidades como el ex secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Kofi Annan, y ante la disconformidad de los vecinos que lo consideraban, después de estar expuesto desde 1916, como uno más del pueblo. El guerrillero fue repatriado y enterrado en el parque nacional de Tsolofelo con honores reservados hasta ahora para héroes nacionales.
Para borrar la mala imagen que supuso este episodio para el museo (entre otros motivos), en 2003 cerró sus puertas y se sometió a una profunda remodelación. Hicieron falta cuatro años y dos millones y medio de euros para convertir el viejo equipamiento en una apuesta dedicada al lago de Banyoles carta de presentación de la ciudad y que fue el escenario, por ejemplo, de pruebas de piragüismo en los Juegos Olímpicos de Barcelona.
El único sitio que recuerda al antiguo Darder es la primera planta, pero no por su estructura, sino porque se exponen 300 de sus piezas, como distintos cráneos o una momia. Se profundiza en la taxidermia y en la figura del veterinario Francesc Darder, que cedió a la ciudad su colección de animales disecados y por eso se bautizó el museo con su apellido. Es en este punto donde también se encuentra la única referencia al negro de Banyoles a través de una pantalla que narra el origen y la evolución del ausente bosquimano.
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El protagonista del resto del museo es el lago. Una enorme espiral rodeada por una pantalla de plasma permite ver en directo la cuenca y da la bienvenida al visitante. Utilizando como hilo conductor el agua, en la planta superior se detallan los elementos que se pueden encontrar en el lago y su entorno y cómo ha intervenido la mano del hombre. Para lograrlo, el visitante se convierte en una gota de agua que hace todo el recorrido, desde que cae a tierra hasta llegar a la cuenca lacustre. Unas pantallas interactivas explican en qué punto se encuentra dicha gota que termina su recorrido en una gran fotografía del lago, un espacio que ha logrado que muchos visitantes olviden la antigua estrella del museo.