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Jean Painlevé, ciencia es ficción (y viceversa)

El Museo de Historia Natural de París rescata la obra del polémico científico  cineasta, anarquista y miembro informal de las vanguardias surrealistas

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Un pulpo que observe atentamente hoy, desde su roca, una pista de baile playera por la noche, no logrará comprender que muchos de esos movimientos y esos ruidos son en realidad otras tantas paradas nupciales de humanos, que minutos u horas después serán coronadas con éxito o no. Simplemente, le divertirá el espectáculo y se quedará o le aburri rá y se irá. De la misma forma, un humano que a la mañana siguiente, con su máscara de buzo, pille in fraganti a ese mismo pulpo en el auténtico lío que es su parada nupcial, no comprenderá los mil gestos y señales caóticas que se envían estos amantes con sus ocho tentáculos. Aunque luego algún humano cuelgue su diploma en la pared, se ponga una bata blanca de científico e imponga un orden mental a lo visto en el polvo del pulpo, la esencia íntima del caos vivido por los amantes octotentaculares se le escapará del todo.

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Jean Painlevé, científico francés y uno de los pioneros del cine, anarquista parisino y fundador del cine científico documental, miembro informal de las vanguardias surrealistas y respetable académico, pasó la práctica totalidad de sus 87 años de existencia (1902-1989) intentando acariciar ese misterio de las fronteras de la ciencia. Observó la naturaleza como una poesía eterna, como una comedia perpetua, y aceptó su caos dramático para entregarlo luego en la forma de varios centenares de películas, muchas de las cuales eran tanto reconocidas por la comunidad científica, donde reintrodujo la duda metódica, como amadas por el público general.

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"Painlevé sintoniza con nuevas corrientes del arte contemporáneo", explica Brigitte Berg

Después de unos 30 años en los que su obra había caído en el olvido a causa del imperio de la televisión, el científico y artista de vanguardia, amigo de Buñuel y de Eisenstein, inventor de algunas de las maquinarias de cine que aún hoy siguen existiendo, regresa con fuerza. Amparado por corrientes muy pujantes del arte contemporáneo y de la epistemología de las ciencias, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) publicó en 2001 un impresionante y enciclopédico libro: Science is Fiction, The Films of Jean Painlevé. El Festival de Cine Documental de Helsinki (Docpoint) lo homenajeó también este año. Y, en septiembre próximo, el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN) de París abrirá una importante restrospectiva de algunos de sus filmes, así como un ciclo de conferencias.

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En los locales de Les Documents Cinématographiques se sienta Brigitte Berg. Dirige la que fue la productora creada por Painlevé, hoy en activo para seguir produciendo y, además, para gestionar y restaurar el inmenso fondo de filmes científicos que dejó el genio desconocido. ¿Por qué ese regreso de la obra de Painlevé a primera línea? "El trabajo surrealista de Painlevé ahora sintoniza mucho con ciertas nuevas corrientes del arte contemporáneo", explica.

Confesó un enamoramiento por el pulpo, animal que siempre se negó a comer

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Cierto, pero hay más razones. Y algunas de ellas son ya conocidas fuera de las fronteras francesas, tras los éxitos mundiales de El pueblo migrador (sobre las aves migratorias, de Jacques Perrin) o Microcosmos, el pueblo de la hierba (sobre los insectos, de Claude Nuridsany y Marie Pérennou). Estas tres cintas, y otras, son la expresión actual de la culminación, en versión gran público, de toda una tradición francesa, precisamente fundada por Painlevé.

Ver hoy los filmes de Painlevé es un gozo absoluto e injustificado, que devuelve a la infancia y devuelve la razón. En Asesinos de agua dulce (1947), con una ironía puntuada por el jazz de Duke Ellington, Louis Armstrong y Jimmy Lunceford, todo tipo de bichos vivientes se devoran mutuamente y compiten por el espacio en una danza infinita e irónica bajo la superficie de un estanque turbulento. Las larvas de libélula, descubrimos, son las inventoras del "primer motor a reacción" de la Historia.

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En Los amores del pulpo (1965), con la música minimalista conceptual de Pierre Henry y con los primeros sintetizadores, una escena terrorífica muestra cómo el bicho marino devora sin piedad a un humilde cangrejo. Eso, como aperitivo antes de atacar la operación de seducción de una hembra, que concluye con una larga serie de las particulares copulaciones de este animal durante horas y días. En medio del increíble lío de patas que se monta, la voz irónica del narrador explica: "No hay posición oficial privilegiada para la cópula".

En 1928, Painlevé producía su primer filme para científicos, no sin polémica

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Painlevé siempre confesó un enamoramiento particular por el pulpo, animal que se negó a comer durante su vida. Los ojos del pulpo, explicaba, son demasiado expresivos y el color de su piel revela su estado de ánimo. "Los animales no paramos de comernos unos a otros, e incluso podemos preferir comer a unos que a otros. Lo mismo ocurre con la pugna por el hábitat. Las variaciones sutiles en los alimentos y en el medio ambiente tienen el poder de gastar bromas sin fin sobre nosotros", contaba el artista científico.

Hijo de un matemático y político conservador francés, Painlevé estudió en los centros más elitistas. Tras abandonar sus estudios matemáticos, se orientó hacia la medicina y a la biología, disciplina de la que finalmente fue catedrático. Pero, entre tanto, en 1923, un encuentro crucial había sembrado la semilla en su mente, la que le impidió convertirse en un academicista conformista y acomodado. En Roscoff y Ty an Diaoul (Bretaña), se enamoró de Geneviève Hamon, hija de una célebre pareja anarquista, los traductores de George Bernard Shaw. Su casa era un auténtico avispero por donde empezaron a pasar Alexander Calder, Jacques Boiffard (asistente de Man Ray), Pierre Prévert (el cineasta, no el escritor) y el fotógrafo Eli Lotar, entre mil otros.

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Pese a que ese mismo año ya empezaba a figurar en la prensa como "el investigador más joven y brillante", él ya apuntaba al cine y frecuentaba los círculos surrealistas. Y en 1928, el "científico" Painlevé producía su primer filme para científicos, no exento de polémica.

Con Jean Comandon -otro precursor del cine científico-, Painlevé produjo varias invenciones de maquinaria para el cine que todavía existen. El invento más chocante es el Cameflex, que es de alguna forma el precursor de la steadycam, utilizada por Godard en Al final de la escapada.

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El Festival de Cine Documental de Helsinki (Docpoint) lo homenajeó también este año

Esa posición central no le impedía cometer errores garrafales. Tras ver El perro andaluz de Buñuel, se lo llevó a su casa, so pretexto de mostrar algo que debía maravillar al genio español, un filme sobre una auténtica operación de cirugía ocular verdadera. Buñuel salió pitando y gritando: "¿Pero de verdad te crees que simplemente porque corté un ojo en un filme a mí me gustan estas cosas? ¡Las operaciones me horrorizan! ¡No soporto ver la sangre!".

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El compromiso político de Painlevé con las fuerzas de progreso no tuvo fallas. Cuando El acorazado Potemkin de Eisenstein estaba prohibido en Europa occidental, sólo pudo ser proyectado en Amsterdam gracias a una operación comando contra la Policía organizada por Painlevé.

Varios años más tarde, en la época del nazismo, también mostró su compromiso... a su manera. Tras filmar el primer vampiro amazónico (para la película El vampiro), que había sido llevado a Francia por el Instituto Pasteur para su observación, el artista y científico comprobó no sólo cómo ese horrendo bicho, efectivamente, se bebía la sangre de un animal entero, sino que, además, suele efectuar un gesto similar al saludo nazi tras llenarse la panza.

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‘El acorazado Potemkin’ se estrenó en Amsterdam gracias a Painlevé

Una casualidad a la que quiso sacarle partido: Painlevé empezó a preparar una segunda película para popularizar el paralelismo simbólico con el hitlerismo, justo en el preciso instante en que iba a estallar la guerra. Cuando el ejército nazi entró en París, la lista negra de la Gestapo, al parecer bien informada del proyecto, contenía el nombre "Jean Painlevé". Pero el genio submarino ya estaba en Collioure, en las costas de la Catalunya francesa.

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Unos meses después, cuando efectuaba una visita clandestina al sur de Francia, la policía nazi lo detuvo en un hotel, pero afortunadamente por error, sin saber que el detenido era Painlevé, sino pensando que se trataba de un don nadie. "Estaba en la cama y me tiré un larguísimo pedo seco cuando entraron", relató el científico. Y luego fue liberado.

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