Jean Nouvel pierde altura
El recorte de 60 metros de la Tour de Verre del arquitecto ha generado un encendido debate sobre las necesidades de las metrópolis contemporáneas
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Lo que se atisbaba como un ejemplo más del poder de la sociedad civil para derrotar la propuesta de un Premio Pritzker se ha convertido en un agrio debate que enfrenta a arquitectos, ciudadanos y medios de comunicación sobre las necesidades de las metrópolis contemporáneas.
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La Comisión de Urbanismo de Nueva York presidida por Amanda Burden acordó hace unas semanas rebajar 60 metros de la Tour de Verre de Jean Nouvel después de que los medios de comunicación reflejasen la oposición de los vecinos. La decisión seguramente hizo que Nouvel se acordara de su colega Renzo Piano, que en 2006 vio cómo Harlem le tumbó un proyecto para renovar la Universidad de Columbia; aunque no ha debido de molestarle, visto que en su discurso de agradecimiento del Pritzker, el año pasado, se presentó como un anticonformista.
"Manhattan es más sostenible que las urbanizaciones de Nueva Jersey"
La decisión de la Comisión, lejos de zanjar el debate público, lo ha potenciado. Burden ha recibido críticas por una parte de la ciudadanía, que tacha a la administración municipal de conservadora y le atribuye querer hacer de Nueva York una Venecia del siglo XXI.
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Lo que el caso Nouvel pone sobre la mesa es una cuestión que ningún político se ha atrevido a decir en público, pero que ya corre como la pólvora en foros especializados, como Curbed o NYTimes: que la ciudad no admitirá edificios más altos que el Empire State Building. Una decisión que no cuadra con la superación del modelo florentino (el hombre como medida de todas las cosas) y que además puede tener efectos nefastos para la eficiencia de las metrópolis. Las voces más críticas ponen de manifiesto contradicciones como que Nueva York se limite ahora a una determinada escala cuando la ha superado hace décadas.
La opinión general de los arquitectos es que un control restrictivo de la altura podría provocar disfunciones en la ciudad. "Todas las ciudades contemporáneas tienen necesidad de altura. Hay que elevar la densidad media de la periferia. Manhattan se ha demostrado una zona muy eficiente y, sin embargo, vemos que el modelo de viviendas unifamiliares de Nueva Jersey no es sostenible, porque genera dependencia del automóvil antes que del transporte público", explica el sociólogo José María Ezquiaga.
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Los defensores de la altura dicen que es un medio para elevar la densidad
"La historia dice que las ciudades siempre han tenido elementos que destacan: torres, piezas icónicas, referencias en el paisaje Lamentablemente, mucha gente piensa que esos hitos son los del pasado y que ciudades como París o Nueva York ya tienen las suyas para siempre y no deben ser superadas", resume el arquitecto Juan Herreros. Precisamente, su museo Munch en Oslo constituye uno de los ejemplos más cercanos del control de la sociedad civil sobre el arquitecto. Desde que se fallara el concurso, la opinión del país ha pasado de rechazar sus 55 metros de altura (se temía que eclipsara la Ópera, último premio de arquitectura Mies van der Rohe de la Unión Europea) a apoyar su contenido icónico.
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Otra cuestión que se desprende del control de la altura afecta a temas tan relevantes como el impacto medioambiental. "A los arquitectos y a los urbanistas nos interesa más cómo obtener organizaciones de los centros de trabajo eficientes desde el punto de vista energético, que cómo puede interpretarse que un edificio sea más alto que otro", explica Andrés Jaque. "Estoy contra el simbolismo. Si un edificio funciona mejor siendo más alto, habrá que hacerlo así, aunque eso lo haga más vistoso que el Banco Mundial o la catedral de Westminster", agrega.
Pero hay casos y casos. En España, uno de los más recordados es la Torre de Valencia, construida en Madrid en los años setenta y que modificó irremediablemente la perspectiva de la Puerta de Alcalá como una peineta inesperada. "Todas las ciudades tienen iconos muy queridos por los ciudadanos que deben respetarse porque forman parte de la identidad de estas personas, de su memoria. Por eso es muy importante valorar el impacto de las nuevas construcciones sobre esos iconos", alerta Ezquiaga.
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"Todas las ciudades tienen iconos muy queridos que deben respetarse"
La ciudad es un planteamiento esencial del arquitecto, que cada vez se está alejando más de su faceta de diseñador de edificios para tomas caminos de todoterreno (diseñador de paisajes, de comunicaciones, de relaciones). En su última visita a Madrid, Richard Rogers explicó que la sostenibilidad de las metrópolis pasaba por que fueran policéntricas, por que tuvieran varios centros operativos; una idea compartida por otros Pritzker. Hace pocos meses, el propio Nouvel presentó su torre Signal en el complejo financiero de La Défense (cerca de París) como un revulsivo para crear un nuevo centro en París, alejado del casco histórico pero autosuficiente.
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La tesis del policentrismo convence a las nuevas generaciones (contrarias a basar la ciudad en desplazamientos centro-periferia), pero no es posible aplicarla sin la cohesión de las políticas urbanas. En Madrid, por ejemplo, las zonas que podrían adoptar este rol, no están preparadas. "Los ensanches de Sanchinarro o de Vallecas no funcionan como un centro urbano, porque para desplazarte dentro de ellos dependes del coche", apunta Pablo Rey, del colectivo Basurama, en el marco del foro Piensa Madrid, cuya segunda edición acaba de celebrarse en La Casa Encendida.
En España la ley es muy restrictiva con las construcciones híbridas
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"El problema es que la misma autopista que los conecta, los aísla; y que no tienen densidad suficiente para rentabilizar el transporte público. A pesar de tener edificios altos, estos ensanches tienen la misma densidad que los chalets de Majadahonda", sugiere. Precisamente la asociación entre densidad y altura se revela aquí una pista falsa. "La densidad no depende tanto de los edificios como de la cohesión de la manzana", aclara Rey.
Pero hay otro factor esencial para alcanzar densidad: que la zona reúna los servicios básicos para poder funcionar como una célula. Quizá por eso, un modelo que se impone cada vez más es el del rascacielos multiusos (si se quiere, la versión degenerada de la unidad de habitación que teorizó Le Corbusier a finales de los años cuarenta). La torre Signal de Nouvel será la más alta en el horizonte de La Défense en 2013, con 301 metros de altura. De su superficie útil (140.000 metros cuadrados), dedicará un 35% a oficinas, un 27% a un hotel, un 23% a viviendas, un 7% a restaurantes y comercios, y el 5% restante a equipamientos públicos. Si uno quisiera, podría producir, consumir y descansar sin salir de ella. "Como idea es estupenda, porque es altamente sostenible, aumenta la calidad de vida y favorece un sistema de gobernanza más comprometido con el entorno", valora la arquitecta Nerea Gallardo.
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"La participación social a veces es contraria a la innovación"
Con un concepto parecido al de la torre Signal, la Tour de Verre de Nueva York reunirá espacios expositivos del Museum of Modern Art (MoMA), viviendas y un hotel; infraestructuras, en su mayoría, orientadas al beneficio capitalista. Porque de hecho, estos dos ejemplos de torre multiuso no se deben tanto a Nouvel como a los promotores de ambos proyectos: el constructor Gerarld D. Hines, en el caso de la Tour de Verre; y el Establecimiento Público para la Ordenación de La Défense, en el caso de la torre Signal.
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La pregunta que cabe hacerse, entonces, es ¿quién se beneficia de estas construcciones? "Si son conglomerados privados que imponen unos requisitos de seguridad y una segregación social, los resultados distarán mucho de esas dinámicas sociales y culturales avanzadas por Rem Koolhaas en su visión de los edificios híbridos", objeta Gallardo, que ha participó en la reciente edición de Piensa Madrid.
"Quien diseña la ciudad, en último término, es la norma reflexiona. Y en España la norma no es flexible con la hibridación, de ahí el nivel de segregación funcionalista de las ciudades españolas", zanja. Queda claro, pues, que el arquitecto diseña la ciudad de manera puntual, pero son los poderes públicos y las constructoras quienes condicionan el estilo de vida de las metrópolis.
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La obsesión por la densidad explica el auge de las torres multisusos
La castración de la Tour de Verre subraya el empuje que la sociedad civil tiene en los países anglosajones desde que Jane Jacobs liderara una protesta ciudadana para salvar Washington Square del tráfico y escribiera su experiencia en Vida y muerte de las grandes ciudades americanas, recién entrados los años sesenta. Un empuje que ahora potencia el uso masivo de Internet y de las redes sociales.
Algo positivo, pero que genera dudas en la profesión. "El riesgo de la participación social en temas urbanísticos es su vertiente conservadora, que puede ser refractaria a la experimentación y a la innovación estética", advierte Ezquiaga, que con todo prefiere un control conservador de la ciudadanía que una ejecución política unilateral.
Su colega Andrés Jaque critica la instrumentalización de este tipo de decisiones: "En muchos casos los conocimientos que la sociedad tiene sobre arquitectura quedan enmascarados por polémicas y debates un poco baratos". Como sucedió con el proyecto del Paseo del Prado de Madrid, en el que se cuestionó el arbolado, pero no el proyecto en toda su complejidad. O éste de la Tour de Verre, que queda reducido a esa cuestión tan viril del tamaño.
Hotel de siete estrellas
Situada entre las avenidas 53 y 54, la Tour de Verre se levanta en un solar vecino al MoMA. La construcción prevé un exclusivo hotel de siete estrellas de 100 habitaciones (foto inferior).