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La información sucumbe ante la crisis

El economista Max Otte analiza en un libro cómo la recesión merma el acceso a datos rigurosos y veraces

ANTONIO G. GIL-GARCÍA

Cuando, al poco de desen-cadenarse, la actual crisis económica mostró toda su crudeza y, sobre todo, su alcance global, muchos pensaron que la estructura económica mundial sufriría cambios profundos que frenarían la deriva hacia el capitalismo salvaje que está en el fondo de la recesión. Sin embargo, a medida que se aleja aquel 15 de septiembre de 2008, fecha oficial del inicio de la crisis por la declaración de quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers, nada ha cambiado en ese sentido. Muy al contrario, los auténticos causantes de la crisis se han ido de rositas, mientras que los demás, sobre todo los trabajadores, pagan los platos rotos por los poderosos. Pero la sociedad no sólo se han empobrecido, sino que está siendo objeto de un expolio mayor si cabe, ya que paulatinamente está siendo privada de su derecho a la información veraz por parte de aquellos que, como las grandes corporaciones y grupos de poder, han puesto en marcha 'un refinado aparato de desinformación' para hacer primar el sensacionalismo y el 'atontamiento' en un entorno aparente de pluralidad de medios.

Esta es la idea que subyace en el último libro del profesor Max Otte, más conocido como el profeta de la crisis, que sostiene que el 'virus de la desinformación' es el culpable de que, tras la peor crisis financiera desde 1929, las cosas sigan igual. En la obra, El crash de la información (Ariel), Otte analiza con detalle cómo, en la era de la llamada sociedad de la información, la gente está menos informada que nunca. 'La situación es dramática -explica a Público-, estamos abandonando los estándares básicos de la información en un batiburrillo de prisas, sensacionalismo e influencia de los lobbies'.

'Si hay algo que el capitalismo absoluto no puede soportar son los ciudadanos críticos'

El autor, profesor en el Instituto de Ciencias Aplicadas de Worms (Alemania), descarta teorías de la conspiración para lo que está ocurriendo, y prefiere buscar otras razones. 'No creo que se trate de una conspiración, sino más bien de que nuestro sistema ha perdido la fuerza para establecer normas válidas para la enseñanza, la sanidad, las finanzas e incluso el derecho', explica. A su juicio, la desinformación 'destruye la sociedad', ya que 'sólo beneficia a los mandamases de las grandes empresas, partidos y grupos de interés', que forman una casta cada vez más dominante desorientando a la gente con la complicidad de los medios, víctimas de las crecientes presiones económicas.

'Si hay algo que el maravilloso mundo del capitalismo absoluto no puede soportar son los ciudadanos críticos, esclarecidos, informados, instruidos, que conozcan sus derechos individuales, que perseveren en sus deberes al servicio del bien común y, sobre todo, que se sirvan de su propia reflexión', señala Otte. Aplicando esta máxima al mundo laboral no es de extrañar que, a su juicio, las grandes compañías persigan cada vez más 'reducir los conocimientos de los trabajadores a un escuálido haz de capacidades imprescindibles', de manera que 'no pueden acumular ningún conocimiento que les pueda servir a medio plazo, extinguiéndose cualquier aspiración intelectual relacionada con el empleo'. Esta 'descualificación' de los trabajadores, tan común en las grandes franquicias, apenas deja margen para el pensamiento propio de los empleados.

'Internet, que despertó tantas esperanzas de libertad, origina hoy un alto nivel de ruido'

Ante este panorama, ¿qué están haciendo los medios de comunicación, que deberían ser el baluarte de la libertad de información, la pluralidad y el espíritu crítico? Pues, según el economista alemán, no hacen nada salvo desmantelarse ante la pujanza de Internet y una de sus consecuencias: la desaparición de la disposición de la gente a pagar por la información. En muchos casos, como en el de los diarios impresos, el terreno perdido ya no se recuperará nunca más: 'Hemos avanzado demasiado en el juego para que los periódicos tengan el poder de fijar los precios; me parece que acabarán necesitando ayudas de los gobiernos'.

Ante la disminución de la audiencia tradicional y la desviación de la publicidad a los soportes on-line, los medios sostiene Otte han caído en un círculo vicioso: 'Como era necesario reducir los costes, se contraen las redacciones (...); la gente, obligada a trabajar más rápido por la presión de los costes, descuida la precisión y pasa por alto los fallos', lo que al final supone menos rigor y una mayor equiparación con los contenidos de la Red. En definitiva, 'los editores, que pretenden comprar los productos de sus redactores a precios de ganga, reciben precisamente aquello por lo que han pagado: un periodismo barato que se apoya en recursos como Wikipedia o los lectores-reporteros'. La proliferación de las tertulias que priman la opinión sobre el contenido objetivo y la brevedad en lugar de la profundidad y el imperio de la imagen en detrimento de los textos en profundidad tampoco ayudan a ofrecer a la sociedad una información rigurosa y sustancial.

En cuanto a Internet, Otte es pesimista, ya que, la 'Red digital mundial que despertó tantas esperanzas de libertad es hoy un medio que origina un alto nivel de ruido y que ha conquistado un lugar preeminente en cuanto al tiempo que le dedican los consumidores de los medios; pero tampoco ofrece en general una información más libre, más independiente y más fiable'. Al contrario, mientras se priva a la gente de información sustancial, la tecnología permite a empresas y gobiernos un acceso sin precedentes a los datos personales de los ciudadanos.

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