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Hengelbrock escancia "La clemenza di Tito" en el níveo montaje de Herrmann

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Thomas Hengelbrock ha puesto esta noche a prueba con éxito a la orquesta del Real con el primer Mozart de la era Mortier, "La clemenza di Tito", una pieza barroca que el legendario director de escena Karl-Ernst Hermann y su mujer Ursel han teñido de blanco para potenciar los conflictos emocionales.

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En este estreno mozartiano, al que ha asistido la Reina, Yann Beuron, como Tito, Amanda Majeski, como Vitellia, y, sobre todo, Kate Aldrich, como Sesto, se han llevado una cerrada ovación, aunque los indudables protagonistas han sido Hengelbrock y la orquesta.

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Al concluir los últimos compases el alemán se ha entretenido en el foso mandando besos y felicitando por señas a los miembros de la orquesta, que sonreían felices ante su expresiva satisfacción.

Hengelbrock, que regresa a Madrid tras su aclamada dirección en "Ifigenia en Táuride" la pasada temporada, cree que esta ópera es una de las más misteriosas de Mozart y que su apariencia barroca y su esencia romántica, lejos de la típica estructura clásica, la hace muy complicada para representarla en escena.

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"Sus arias -explicaba recientemente- son como odres antiguos, recipientes barrocos, que hay que llenar con vino nuevo", el que él se ha empeñado en escanciar esta noche con su mucha energía y perfeccionismo.

La historia del emperador Tito, un hombre riguroso pero también clemente, capaz de perdonar a su amigo íntimo, Sesto, y a su prometida, Vitellia, que habían intentado asesinarle, es una reflexión sobre las pasiones, al estilo de los dramas de Corneille y Racine, que tiene en los recitativos la clave de lo que sucede.

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Por eso, Herrmann y el actual intendente del Real, Gerard Mortier, la montaron hace 30 años poniendo de relieve al Mozart "infinito" con un decorado completamente en blanco.

Ahora, han recuperado la producción, proveniente del Festival de Salzburgo, con "ligeros retoques" en la expresión psicológica de los personajes pero fiel al decorado en el que se abren tres grandes puertas a través de las que se adivinan distintas estancias del palacio del César y de la propia Roma.

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A pesar de esos guiños, el montaje de la que es la última ópera compuesta por Mozart -"La flauta mágica" es anterior, aunque se estrenara posteriormente-, no cae en la tradición histórica y así, por ejemplo, el personaje de Servilia aparece ataviado con unos calcetines y vestido muy del gusto de los años 40.

El resto de figurines de Herrmann remiten a los trajes romanos, aunque se han inspirado "mucho" para Vitellia en las grandes divas al estilo de María Callas y los "vestidazos" de Dior.

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Entre los pocos elementos que aparecen en el escenario destacan una sandía en el suelo o un pavo real en el lucernario, que expresan el deseo, o un gran anzuelo del que penden las coronas de laurel y simbolizan "el enganche" del poder.

Cuando Mozart escribe esta obra, en 1790, María Antonieta, según recordaba Mortier, estaba encarcelada en París y clamaba que la clemencia era el gran valor que reside en el poder y el único por el que se puede "soportar".

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Concha Barrigós.

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