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Georgia O'Keeffe, la mujer abstracta

EFE

A los 28 años, Georgia O'Keeffe hizo unos dibujos a carboncillo como nunca se habían visto en los Estados Unidos de 1915, que son el punto de partida de una exposición sobre la vertiente abstracta de una de las pintoras clave del siglo XX.

O'Keeffe (1887-1986) es conocida por sus flores gigantes, por los colores rotundos de sus paisajes del oeste americano y por sus rascacielos neoyorquinos.

Pero antes de ser una pintora de cosas y lugares, O'Keeffe llevó al lienzo lo inefable, las sensaciones intensas de inquietud, preocupació o simple movimiento que todos hemos sentido en algún momento y que no podemos expresar con palabras. Para capturar sentimientos sin anclaje usó la abstracción.

Con más de 100 óleos, dibujos y acuarelas, la Colección Phillips, el principal museo privado de Washington, abre este sábado la mayor mirada retrospectiva montada hasta ahora del trabajo abstracto de la artista de Wisconsin, el cual ha sido parcialmente eclipsado por su arte figurativo posterior.

O'Keeffe no fue la primera pintora abstracta del siglo XX, pero sí la que logró una inmediatez emocional inaudita hasta entonces.

"La abstracciones de O'Keeffe te llevan dentro de su espacio, tú estás dentro de esas imágenes, operas dentro de ellas, te pican la curiosidad y tus ojos empiezan a investigar un pliegue, una línea", dijo a Efe Elizabeth Hutton Turner, una de las comisarias de la muestra.

De la abstracción, la propia O'Keeffe dijo: "Es a menudo la forma más definida de lo intangible dentro de mí que sólo puedo clarificar con la pintura".

Lo inasible para ella tiene color vibrante, redondez, ritmo, volumen y, en especial, movimiento.

Turner tilda sus cuadros abstractos de "radicales", porque sajaron el lienzo de la historia del arte. Sus carboncillos "no se pueden explicar completamente antes, y después nada fue lo mismo", dijo.

Así los recibió Alfred Stiglitz, probablemente el fotógrafo estadounidense más importante del siglo XX, que los exhibió en su galería "291" de Nueva York, el olimpo de la vanguardia artística del momento.

O'Keeffe había estudiado arte en Chicago y Nueva York, pero el yugo del realismo ahogó su entusiasmo.

Lo recobró en las clases de Arthur Dow, que creía que el objetivo del arte era la expresión de las ideas y sentimientos del artista a través de las líneas, el color, la luz y la oscuridad.

O'Keeffe no encontró vehículo listo para esos sentimientos y creó el suyo propio. Rechazó abrir una ventana realista a la vida de otras personas con la intención de capturar su energía o su marasmo.

Tampoco siguió el estilo del cubismo europeo entonces en boga, que destilaba lo existente en su líneas y colores fundamentales, presentados como superficies planas.

O'Keeffe tomó la dirección opuesta y partió de lo abstracto hacia la vida.

Ella no pintaba la naturaleza, pero a partir de lo natural creó un vocabulario de expresión con formas que recuerdan el fluir de una cascada, la danza del arco sobre el diapasón de un violín y el crepitar del fuego frente a una tienda de campaña.

Stiglitz, en cambio, vio en las pinceladas de O'Keeffe un arte más carnal. Imbuido de las ideas de Sigmund Freud, el fotógrafo interpretó su pintura como una expresión de su sexualidad: sus espirales eran úteros y sus trazos bulbosos, falos.

Stiglitz hizo cientos de fotos sensuales de O'Keeffe, con quien se casaría seis años después de ver sus primeros cuadros.

Bajo su sugestión, los ojos de los críticos, hombres, vieron lo que vio Stiglitz. Paul Rosenfeld, por ejemplo, dijo que la obra de O'Keeffe reflejaba "ciclos misteriosos de nacimiento y reproducción y muerte expresados en términos de un cuerpo de mujer".

La pintora se rebeló contra ese "falocentrismo". "Las cosas que ellos escriben suenan tan extrañas y alejadas de lo que yo siento", se quejó.

Para reventar ese molde, a mediados de los años 1920 O'Keeffe abandonó la ambigüedad de la abstracción, pese al gran éxito que le había granjeado. Aún así, siguió viendo la realidad en base a formas y patrones abstractos.

"Una colina o un árbol no pueden ser un buen cuadro simplemente porque son una colina o un árbol. La combinación de sus líneas y colores es lo que dice algo", dijo O'Keeffe.

"Una pintura de un objeto no es buena a menos que lo sea en el sentido abstracto", afirmó.

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