Hace años, Iker Casillas dijo que 'haríamos mal si permitimos una politización del fútbol'. Se podría decir que Jokin Aperribay, el presidente de la Real Sociedad, sí le hace caso al permitir que el portero Eñaut Zubikarai, que ha sido visto en actos reivindicativos de la izquierda abertzale y que es hijo de un hombre que fue miembro de la banda terrorista ETA, juegue en su club. La decisión podría no ser fácil, porque ETA intentó asesinar hasta dos veces al padre de Jokin Aperribay.
Sin embargo, hay lugares, como acaba de comprobar Salva Ballesta, en los que no se comparte esa idea de Casillas. Quizás porque forma parte de nuestra sociedad. Las democracias nunca han renunciado a aprovechar la potencia social de este deporte. La frase corresponde a un Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, que tampoco dudó en afirmar que, en su país, 'el fútbol es un instrumento para conquistar el poder'.
La sociología también respeta la convivencia entre fútbol y política. Es más, la politización, hoy en día, ya está hasta en las camisetas. Pero otra cosa es el uso que se hace del fútbol al servicio de la política, que provoca situaciones como aquella en la que Miguel Ángel Revilla, como presidente de Cantabria y acérrimo seguidor del Racing, se negó a compartir mesa y mantel con Joan Laporta, en su época al frente del Barça. 'España está machacando a Catalunya', le dijo Laporta a Revilla, que le rebatió: 'Eres un radical separatista. Y a partir de ahí, claro, se subió el tono de voz'. Y no fue nada excepcional, porque no es la primera vez que dos dirigentes del fútbol se lían a gritos e, incluso, a golpes. El fallecido Jesús Gil acabó pegándose con José María Caneda, del Compostela...
Y es que el fútbol necesita de la exageración permanente. Como prueba una declaración de Jorge Valdano, quien asegura que 'para disfrutar del fútbol en toda su plenitud hay que querer a un equipo y hay que odiar un poco a otro. Eso a veces se lleva demasiado lejos y termina creando un clima pre-violento que debiéramos cuidar porque nunca sabemos dónde está la raya roja. Hay gente, y uno eso lo descubre en los foros, que vive al límite. Uno lee comentarios y piensa: 'Espero no encontrarme con este tipo en ninguna esquina porque eso no puede terminar más que mal'.
Así se justifica lo que ha sucedido con Salva Ballesta en el Celta, que no ha valorado lo que este entrenador podía aportar. Únicamente se ha fijado en su ideología política para anular su fichaje, algo que tampoco es nuevo en el fútbol. Hace años el Hércules renuncio a última hora al fichaje del portero de la Real Sociedad, Eñaut Zubikarai al enterarse de que su padre llevaba en prisión desde 1989 por su participación en el asesinato de dos guardias civiles y de que el portero había sido visto en actos reivindicativos de la izquierda abertzale. Incluso, desde el Hércules, lo justificaron por un tema 'que puede herir la sensibilidad de mucha gente. Cuando interesa un jugador nos fijamos en sus cualidades, no en si es de derechas o de izquierdas o si le gustan los hombres o las mujeres. Pero este es un tema distinto'.
En realidad, el fútbol siempre será inseparable de la política. En el Camp Nou se han coreado esta temporada gritos de independencia por primera vez en la historia de un partido. Pero esto no es nuevo en el Barça. Samuel Eto'o, en su época en el club, reconocía tener una cláusula en su contrato en la que se comprometía 'a hablar catalán en un periodo de tiempo y a conocer la cultura catalana'. Por eso hay que admitir que se use la fuerza del fútbol, cuya popularidad, por ejemplo, se convirtió al otro lado del charco en el mejor aliado que encontró Mauricio Macri para convertirse en alcalde de Buenos Aires. El hecho de haber presidido Boca Juniors influyó decisivamente. 'Hay mucha gente que tiene más talento que yo', reconoció Macri, 'pero ellos no tienen la viabilidad que provee el fútbol'.
En cualquier caso, no hay que irse tan lejos para encontrar puntos de unión entre el fútbol y la política. La prueba fue Berlusconi cuando ganó las elecciones generales en Italia con Forza Italia, partido en el que se notaba su influencia como presidente del Milan. Todavía hoy, Berlusconi no renuncia a los beneficios electorales que implica fichar a un futbolista antes de las elecciones. Por eso, dicen, que acaba de contratar a Mario Balotelli, lo que puede reflejarse en 500.0000 votos más en las elecciones del domingo.
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