Filakio, el Guantánamo griego
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"¿Un centro de internamiento? Ah, ¿gente de Paquistán, Afganistán...? A dos kilómetros de aquí, gire a la izquierda", apunta sin más el único transeúnte que encontramos en Filakio, un pueblo griego situado cerca de la frontera con Turquía. Nada en sus tranquilas calles indica que a pocos minutos, en medio del campo, lejos de las miradas y quehaceres de sus habitantes, se halla un recinto alambrado que encierra a 330 inmigrantes. ¿El delito? Haber pisado suelo europeo. Algunas de las personas que se encuentran en el centro de internamiento fueron detenidas en el cruce de la frontera con Turquía, una de las rutas migratorias para personas procedentes de Afganistán, Pakistán y Siria, entre otros países.
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Según la información ofrecida a Público por el equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF), el centro de internamiento dispone solo de seis celdas. Cada una alberga de 50 a 60 personas que, hacinadas, comparten dos lavabos y dos duchas que a veces no funcionan. Antes de entrar en este centro, muchos pasan por otro denominado de recepción que está en el mismo recinto alambrado, donde se supone que es analizada la situación de cada inmigrante.
No obstante, "muchas veces, las personas detenidas en la frontera no entran en el centro de recepción, sino que pasan al centro de internamiento directamente, sin que se tengan en cuenta los casos de vulnerabilidad extrema, como las enfermedades o la presencia de menores", explica Angie Huskyens, de MSF.
En el centro de internamiento de Filakio, así como en los otros que hay en Grecia, se puede permanecer encerrado hasta 18 meses, el plazo máximo que se aplica con carácter excepcional según la Directiva europea de Retorno, conocida como "directiva de la vergüenza": "En la práctica, vemos que el período máximo de detención de 18 meses se emplea a menudo. Antes eran 6 meses, luego 12, pero la tendencia ahora es prolongar la detención de los inmigrantes", explica Ioanna Kotsioni, de MSF Atenas. A este período de privación de libertad, le sigue la deportación o la vuelta a la calle en la misma situación irregular. "Si no se deporta a la persona, la ponen en la calle con un papel que dice que debe abandonar Grecia en cinco días. Cuando no abandonan el país, las personas pueden volver a ser detenidas. Tenemos inmigrantes que estuvieron retenidos 12 meses y volvieron a ser detenidos por la policía en una redada. De nuevo, pueden permanecer retenidos hasta 18 meses", denuncia Ioanna Kotsioni. Así, una persona puede acumular varios años de detención en los centros de internamiento sin haber cometido delito alguno.
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La puerta oriental al sueño europeo está blindada. Conforme a las estadísticas de la policía griega, en 2012 fueron detenidas 30.355 personas en distintos puntos del río Evros y en los aproximadamente 12 kilómetros de tierra que junto con el río marcan la frontera con Turquía. Personas indefensas que huyen de la violencia de una guerra o del hambre para acabar en Europa en centros de detención.
Además de los centros de internamiento de Filakio, Komotini, Xanthi y Drama, en la zona existen las comisarías de policía donde, los inmigrantes, incluidos menores de edad, pueden pasar meses privados de libertad, como en Soufli, Feres o Tychero. En los centros de internamiento, las condiciones de vida son peores que en una prisión, reina la opacidad sobre los abusos cometidos y para acceder a verlos se necesita un permiso especial del Ministerio de Interior.
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Según el informe Asistencia médica a los migrantes y refugiados en Grecia publicado por Médicos Sin Fronteras en 2013 (enero-abril), las 1.908 personas procedentes de distintos centros de internamiento atendidas por la organización padecían problemas de salud debidas a las condiciones de su detención y a la falta de atención médica in situ. El documento también destaca la presencia de trastornos mentales en los inmigrantes, provocados por un prolongado encierro, de 18 meses, durante el cual no podían establecer contacto con el mundo exterior o con sus familias. El informe recoge, asimismo, nueve casos de intento de suicidio dentro de los centros. Algunos pacientes intentaron quitarse la vida en varias ocasiones.
Los inmigrantes que acaban en los centros de internamiento pueden llevar días o incluso años en Grecia, pero debido a la falta de contrato no han podido renovar sus permisos de residencia. Se trata de los efectos invisibles de la crisis que han oscurecido la vida a más de 100.000 personas.
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Ellas, además, son las víctimas de los ataques de la extrema derecha y de las redadas policiales masivas, el denominado "barrido" de inmigrantes en las calles griegas.
En 2012, en la operación Xenios Zeus se detuvo de manera arbitraria a más de 1.500 inmigrantes: "Claro que ahora existe el miedo a ser detenido. Hemos tenido a una paciente con tuberculosis que fue detenida camino al hospital y enviada a un centro de internamiento, se le interrumpió el tratamiento. Uno puede ser detenido en la calle en cualquier lugar, así que la gente se esconde. Ya no los ves en un parque, en un bar, sienten miedo", relatan los miembros de MSF.
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Además de detener a los inmigrantes, Europa levanta muros de alambre en sus fronteras. Entre Kastanies y Nea Vyssa, en la franja fronteriza de Grecia con Turquía, se despliega una valla metálica de 12,5 km de largo con púas en la parte superior. La refuerza otro muro, el humano, formado por 1.800 policías griegos y numerosos oficiales de Frontex desplegados en los entornos del rio Evros que hace de frontera entre los dos países.
¿El objetivo? Impedir que los inmigrantes se acerquen a Europa. En Nea Vyssa los oficiales de policía nos explican que el muro no se puede ver y tampoco fotografiar. Entre caminos forestales y terrenos agrícolas abundan los puestos de control. La zona próxima al muro está militarizada, y solo los campesinos que tienen terrenos en el área pueden acceder con un permiso especial.
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Libre de alambre solo queda el mar y ahí es donde se ha desplazado la ruta migratoria desde que la frontera con Turquía quedó blindada en 2013. El 21 de enero de 2014, 12 mujeres y niños perdieron sus vidas delante de las costas de Farmakonisi. Uno de los supervivientes declaró a las ONG que los guardias "vieron como se ahogaban las mujeres y los niños y no intervinieron". Los activistas comentan que en realidad se les intentaba devolver de las aguas griegas hacía las aguas turcas.
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Ahmed, que huyó de Siria, se vio obligado a lanzarse a la misma travesía marítima: "Mi meta era llegar a Suecia y solicitar asilo. En Estambul contactamos con una gente que por 1.400 euros te pasaba en barco a Europa. En un bote que no tenía más de 7 metros nos montamos 46 personas, con niños y mujeres. El guía nos dejó en el mar, solos, nos indicó la ruta y nos abandonó. Fue una locura, la gente rezaba, lloraba, estaban todos muy nerviosos. Navegamos durante cinco horas sin ver nada, sin saber nuestro paradero. Luego vimos luces blancas y rojas. Decidimos ir hacia las luces blancas, por azar, y llegamos a la isla de Quíos. Al llegar, nos cogió la policía y pasamos cinco días en una comisaria, luego 50 días en un centro de internamiento con gente de Marruecos y Algeria".
Durante casi un año Ahmed vivió entre fronteras y centros de internamiento. "En Atenas me alojé en un hotel abandonado del barrio de Omonia. Pasamos diez días con cinco euros diarios. El lugar era sucio, en malas condiciones, había droga. Queríamos pasar a Montenegro, y de allí a Croacia. En esta ruta, los guías nos llevaron primero a Albania por la suma de 400 euros. En la frontera con Albania, la policía nos pidió los papeles de nuevo. La mitad del grupo estaba formado por personas de África que fueron devueltas a la frontera. Algunos ya habían estado un año en un centro de internamiento", recuerda.
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"A los sirios nos llevaron a una prisión en Tirana, donde pasamos un mes. Un lugar oscuro, sucio. Estabas todo el día encerrado en la habitación. Luego nos trasladaron de nuevo a la frontera griega para deportarnos. Allí pasamos otros seis días en una comisaría, en una habitación pequeña, de 5 metros cuadrados, en la que había siete personas. No podíamos dormir por el mal olor. El hedor a orina era tan fuerte que nos brotaban lágrimas de los ojos. En la puerta había un agujero por donde metíamos la nariz para respirar de vez en cuando. A determinadas horas, salíamos de la habitación al pasillo, donde había unas ventanas. Las abríamos y nos quedábamos allí respirando. Tras esos seis días, nos dieron unos papeles que nos permitieron ir a Atenas".
Ahmed abandonó la idea de ir a Suecia y se quedó en Atenas donde ahora está tramitando la solicitud de permiso de residencia por cuestiones humanitarias. Sus amigos volvieron a intentar a cruzar la frontera de Montenegro rumbo a Suecia: de los tres lo consiguió uno solo.
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Ahmed quiere olvidar lo que ha vivido durante este año para poder contarlo más tarde, cuando su vida vuelva a remontar el vuelo: "Una pesadilla, ¡pero tendré tantas cosas que contar a mis hijos! En Estambul pesaba 78 kilos, ahora peso 56, pero me mantiene la esperanza. Para mí no hay vuelta atrás. Mi casa, mi ciudad ya no existen". En Atenas le acogió la ONG Exelixi que le echó una mano con la tramitación del permiso de estancia.
Su profesora de griego le ofreció alojamiento, y Ovidiu Palcu, un periodista que trabaja en la ONG, le ayudó a encontrar un primer trabajo en un call-center: "Quería ir a Suecia, pero me quedaré en Grecia. Mi país ahora son estas personas, los que me acogieron, no tengo otro".