Las favelas, una historia de 4 décadas de violencia por la omisión del Estado
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La gran operación desplegada en Río de Janeiro por fuerzas de seguridad esta semana ha supuesto un brusco giro en las políticas públicas hacia las favelas, abandonadas por el Estado brasileño desde hace cuatro décadas en favor de las bandas armadas.
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Estos barrios marginales se han convertido en todo un icono en Río de Janeiro porque, a diferencia del resto de ciudades de Brasil, no se limitaron a las periferias deprimidas y proliferaron por las laderas de toda la ciudad, lo que permitió a los pobres residir cerca de las zonas ricas donde trabajan.
Dos millones de personas -un tercio de la población de Río- vive en unas mil favelas aproximadamente, algunas de ellas localizadas en escarpadas colinas que se asoman sobre lugares turísticos como las playas de Copacabana e Ipanema y en la falda del monte del Corcovado, que corona la estatua del Cristo Redentor.
El impactante contraste del paisaje abigarrado de casas de ladrillo sobre barrios señoriales y junto a frondosos bosques tropicales han convertido esas barriadas cariocas en una exótica atracción turística, muy visitada por europeos y estadounidenses.
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Los propios vecinos promueven paseos por los callejones intrincados y laberínticos, donde se puede contemplar la frágil estructura de las viviendas, construidas por sus propios habitantes de forma caótica y desordenada, sin plan urbanístico ni arquitectónico.
El panorama típico de cualquier favela son marañas de cables, basuras amontonadas a la espera de que pasen los servicios de limpieza y, en demasiadas ocasiones, ríos de aguas negras sin canalización, un problema que favorece la proliferación de enfermedades como tuberculosis y dengue.
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Las barriadas ubicadas en grandes pendientes son especialmente vulnerables a los corrimientos de tierras, que se repiten a cada año con mayor o menor virulencia.
Sin embargo, estos barrios pobres también están llenos de vida. En cada esquina florecen minúsculos bares, restaurantes, tiendas y escuelas, y cada plazoleta se transforma en una rudimentaria cancha de fútbol, auténtica pasión de los brasileños.
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Las favelas más antiguas tienen ya un siglo de existencia, pero solo a comienzos de los años setenta se convirtieron en una amenaza para la seguridad cuando las bandas ganaron poder con el tráfico de drogas y crearon feudos en estos barrios olvidados por las políticas estatales.
Los narcotraficantes sustituyeron al Estado y se erigieron en benefactores de la población, ofreciendo servicios como luz, gas o televisión por cable y organizando concurridas fiestas, en las que acuden armados con pistolas y fusiles para exhibir su poder.
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El drama de las favelas fue retratado por exitosos filmes como "Ciudad de Dios" (2002), de Fernando Meirelles, o "Tropa de elite" (2007), de José Padilha, ganadora del Oso de Oro en el festival de Berlín y que acaba de estrenar su segunda parte.
La secuela, que en sus primeras semanas se ha convertido en una de las películas más taquilleras de Brasil, denuncia la actividad de los grupos mafiosos de policías, conocidos como "milicias", que han sustituido a los "narcos" en decenas de favelas, donde extorsionan a la población con métodos igual de violentos que sus predecesores.
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Estos filmes mostraron con crudeza los brutales métodos de violencia utilizados por estos grupos criminales, que alimentan las abultadas estadísticas de muertes de Río, donde entre enero y septiembre se han cometido 3.226 asesinatos, según datos oficiales.
La Vila Cruzeiro, favela tomada por la Policía en un operativo de dimensiones inéditas este jueves, era considerada como el cuartel general de la mayor banda armada de la ciudad, por lo que su "conquista" ha sido considerada como un cambio de paradigma por las autoridades de Río.
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Esta barriada, considerada una fortaleza inexpugnable, también es célebre por un ilustre vecino, el futbolista Adriano Leite Ribeiro, del club Roma italiano, que cada vez que vuelve a Brasil aprovecha para tomarse una cerveza y hacer una barbacoa con sus amigos.
Adriano reconoce que algunos de sus amigos de infancia acabaron enrolándose en la banda de narcotraficantes que el jueves huyó de la favela, fusil en mano, con la entrada de los tanques.