Una compleja mezcla de escepticismo, combinada con cierta aprensión, algunas dosis de suspicacia y gotas de esperanza recorre Irán tras la llegada a la Casa Blanca de su nuevo inquilino, Barack Obama.
El recién estrenado presidente estadounidense ha prometido un cambio en la hasta ahora política de confrontación con Irán, que ha sido recibido con ilusión en la calle y con cautela por la clase política.
"Si ambos países actúan de forma razonable, considerando los intereses del otro y apelando a la justicia mutua, seguro que habrá una relación sana y aceptable en un futuro no muy lejano", explica a Efe Rasul Montayabnia, vicesecretario del partido pro reformista "Etemad Meli" (Confianza Nacional).
"Washington debe cambiar su estrategia e Irán debe introducir cambios en su discurso. Si es así, se puede revertir la actual situación y transformar una relación bélica en una relación pacífica y lógica", agrega.
Aliados durante las primera mitad del siglo XX, Estados Unidos e Irán rompieron sus lazos diplomáticos en 1980 tras el triunfo de la Revolución Islámica liderada por el ayatolá Rujolá Jomeini contra la dictadura del último Sha de Persia, Mohamed Reza Pahlevi.
Sin embargo, las raíces del desencuentro entre ambos países se remontan a 1953, año en el que un golpe de Estado instigado por los servicios secretos británicos y ejecutado por la CIA derrocó el gobierno del nacionalista Mohamed Mossadegh.
El popular primer ministro había decidido hacer frente a los desmanes de la compañía petrolera Anglo-Irania, manejada desde Londres, y nacionalizar la explotación y venta de crudo.
Documentos publicados recientemente demuestran que la diplomacia británica convenció a la Administración de Richard Nixon de que Mossadegh era en realidad un agente comunista, lo que empujó al presidente estadounidense a dar luz verde a la operación.
La asonada, entendida en Irán como un golpe a la democracia, y la desazón que supuso "la traición de un país amigo", han quedado muy arraigadas en la sociedad iraní.
La semana pasada el presidente iraní, Mahmud Ahmadinayed, señaló de forma directa la actitud ante ese golpe de Estado como uno de los dos grandes giros que espera de Obama.
El ministro iraní de Asuntos Exteriores, Manucher Mottaki, fue el martes más explícito al pedir a la nueva Administración estadounidense "una compensación por el pasado y la admisión de los errores", aunque se mostró pesimista.
"El pueblo iraní considera a EEUU como el culpable de todos los crímenes cometidos durante la etapa del Sha. También cree que EEUU no respetó la Revolución Islámica y le causó daño con la guerra con Irak. Mientras prosiga este comportamiento no se pueden introducir cambios en la opinión pública iraní", señala Montayabnia.
El pesimismo y el escepticismo oficial contrastan con la esperanza y la ilusión de gran parte de la sociedad iraní, que sueña con que un cambio en la relación bilateral signifique una mejora en sus condiciones de vida.
"Obama parece traer una esperanza, un cambio de verdad. Ojalá se haga realidad", señala a Efe Maryam Farzaneh, estudiante en la Universidad de Teherán.
Pese a su aparente inexperiencia en política internacional, Obama parte con una ventaja.
Durante el último mandato de Bill Clinton, Estados Unidos estuvo cerca de retomar el diálogo con el gobierno que entonces dirigía el reformista Mohamad Jatamí.
Muchos de los que emprendieron aquella aventura -que permitió incluso levantar parte de las sanciones- rodean ahora a la nueva secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton.
"No va ser inmediato. Primero hay que esperar a que Obama engrase la maquinaria y después esperar a ver quien gana las presidenciales iraníes del verano. Y luego, saber cómo se va plantear el tema nuclear", explica una fuente diplomática europea que prefiere no ser identificada.
En 2002, un informe presentado por la oposición iraní en el exilio levantó sospechas sobre el programa nuclear de Irán.
Estados Unidos y la Unión Europea acusaron a Teherán de ocultar un programa paralelo para la adquisición de un arsenal nuclear, le exigieron pararlo e impusieron severas sanciones económicas al país.
Frente al pesimismo oficial y la ilusión popular, analistas de fuera y dentro del país coinciden en una advertencia.
"Si la nueva visión prende, pero al final fracasa, podemos esperar un futuro peor", señalan con aprensión.
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