EEUU marca los 25 años del monumento que alivió las heridas de Vietnam
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El monumento a los caídos en Vietnam, que mañana cumple 25 años, recuerda, con su granito negro como una lápida, una guerra que fue punto de inflexión tanto en la conciencia colectiva como en la política exterior de Estados Unidos, que entendió que no es invencible.
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El memorial, obra de la arquitecta de origen chino Maya Lin, que ganó el concurso, consta de placas de granito oscuro dispuestas en forma de una gran "V", como un galón militar, donde están grabados los nombres de los 58.256 soldados que perecieron o desaparecieron en las selvas del país asiático.
En la primera losa, a la altura del tobillo, están John H. Anderson Jr. y otros cuatro nombres, pero la acera baja y el granito crece, con más Johns, Charles y Peters, y llega un momento, en el vértice de monumento, en el que uno está rodeado de nombres, empequeñecido por listas de muertos de tres metros de altura.
Así fue también esa guerra extraña para Estados Unidos, que empezó con algunos caídos en 1959, nunca fue declarada oficialmente por el Congreso, se intensificó con cada refuerzo enviado y se alargó durante interminables negociaciones de paz hasta la retirada de Saigón en 1975.
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Para algunos veteranos de esta guerra, como Tom Welch, de 65 años, el muro se ha convertido en un lugar de peregrinación con su familia.
"Estas 58.000 personas aquí... son mucha gente para una guerra que nunca debía haber ocurrido, pero que ocurrió, y por ello debemos honrar a los que dieron su vida, porque si no lo hubieran hecho...", dijo Welch, pero no pudo continuar, porque el llanto le subió por la garganta como una fuente.
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Su esposa le colocó la mano en el hombro y su hija le abrazó. Ambas también lloraban.
A su lado, otros visitantes, muchos con boinas y chaquetas militares, pasaban los dedos por los nombres gravados en la negrura, como si las yemas pudieran tocar los rostros desvaídos en la niebla de la memoria.
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Welch, como otros muchos, colocó un papel en blanco sobre la losa y pintó con un lápiz, de forma que de entre el grafito emergió, como si resucitara, un nombre: John T. Pettit Sr., uno de los cuarenta soldados de su unidad que perecieron en la guerra.
Cuatro millones de visitantes recorren cada año los 75 metros de distancia entre el primer y el último muerto, lo que hace de este monumento uno de los más concurridos de Washington.
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Y, sin embargo, carece de toda la pompa y majestuosidad de otros, no refleja el heroísmo de los soldados que levantan la bandera en el de Iwo Jima, o la disciplina y determinación de los militares que marchan en una patrulla en el monumento a la guerra de Corea.
El de Vietnam honra a los caídos, no a un conflicto que dividió y sacudió a Estados Unidos como ningún otro desde la guerra civil, ni siquiera el de Irak, donde el número de bajas es mucho menor.
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"Gary W. Bitton, James Herbert Allred, mi padre Robert Newton Brumet", leyó desde un podio Bárbara Brumet, entre sollozos, en un homenaje a los muertos durante la celebración del 25 aniversario del monumento.
Bárbara tenía seis años cuando el avión que pilotaba su padre fue derribado en 1964. El conflicto sólo terminaría once años después, tras cinco millones de muertos vietnamitas, cuando Bárbara estaba en el último curso de la escuela secundaria.
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"A medida que yo crecía, y tenían lugar todas las protestas (contra la guerra), yo sentía un estigma, y aprendí a no hablar del asunto", dijo Bárbara, de 49 años.
"La gente decía que mi padre había muerto por nada. Yo no quería oír eso", señaló.
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En el ambiente de esa época, Jan Scruggs, quien entre 1969 y 1970 luchó y fue herido en Vietnam, se empeñó en erigir un monumento en la capital, junto a la estatua del presidente Lincoln y el obelisco a Washington, para recordar a sus compañeros muertos.
"Creo que esto ha sido mi misión en la vida", dijo Scruggs, de 57 años, quien recaudó casi nueve millones de dólares para la construcción.
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El 13 de noviembre de 1982, 50.000 veteranos de guerra, de los casi tres millones de estadounidenses que lucharon en Vietnam, acudieron a la inauguración del monumento, que cuenta también con una estatua adyacente de tres soldados jóvenes y vulnerables.
Desde entonces, ha sido un bálsamo para las heridas de los ex militares, sus familias y el propio país. "Ha tenido un efecto sanador", dijo Brumet, quien participó en el desfile de 1982, en nombre de su padre.
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Hoy en día, Estados Unidos es un país distinto, donde los soldados que vuelven de Irak son tratados con respeto, pese a que la mayoría de la población se opone a la guerra en ese país.