Justo cuando se cumple un año de la voladura de Lehman Brothers, la mejoría de la coyuntura económica internacional y la estabilización de los mercados ha tenido un efecto no por esperado menos perverso: la complacencia de los agentes financieros ante lo que entienden es una vuelta progresiva a la normalidad. Ajenos a la circunstancia de que ha sido la acción de los diferentes gobiernos y el dinero de los ciudadanos lo que ha permitido rescatar el sector de su propia incompetencia, muchos banqueros han empezado a reproducir las conductas anteriores a la crisis, achacando los problemas vividos a las naturales oscilaciones de los ciclos económicos (o sea, gajes del oficio).

Contra esa inercia conservadora alzó ayer su voz el presidente de EEUU, Barack Obama, que criticó el estado de autosatisfacción en el que se han instalado los banqueros de Wall Street, que tras el susto de los primeros meses parecen haberse refugiado en el confortable mantra del business as usual. No, señores, vino a decir Obama, nunca más el negocio volverá a ser como antes. El mundo ha cambiado y exige nuevas reglas. No más bonus escandalosos, no más productos financieros sofisticados que nadie entiende ni por supuesto controla. Tampoco hay espacio para reguladores benévolos que pastorean a los mercados con lenidad ni para legislaciones que atizan la creación de burbujas financieras.

Las apelaciones de Obama tienen que ver con las resistencias al cambio en la regulación de los mercados financieros. Pero sus argumentos son utilizables en otros ámbitos de debate, incluso en España. Examinemos por ejemplo el argumentario económico del Partido Popular. Pese a que el mundo civilizado ha firmado ya el certificado de defunción de la credibilidad de las ideas Reagan y Thatcher, lo que propone Cristóbal Montoro hoy es lo mismo que planteaba hace quince años. Menos Estado y más empresa. Menos impuestos y menos gasto público. Señores, despierten, el mundo ha cambiado.