"Hacer del PIB la medida para certificar que un país se está desarrollando es falso"
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Han pasado 15 años desde que las Naciones Unidas consiguieran arrancar un compromiso a los estados para abordar los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), una serie de metas a cumplir para que en 2015 el mundo fuera un lugar con menos pobreza, más garantías sanitarias y educativas, mayores derechos para las mujeres y la infancia, más limpio y en definitiva, más desarrollado. A pocos meses de que se cumpla el plazo, cuando la ONU ultima los debates para una nueva agenda de compromisos, Público habla con Marco Gordillo, miembro de la Junta de Gobierno de la Coordinadora española de ONG para el Desarrollo. Con él hacemos balance de lo conseguido hasta ahora, los errores cometidos y los nuevos retos a tener en cuenta en el nuevo escenario del planeta.
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Estamos a pocos meses de que concluya el plazo fijado para los ODM. Hagamos resumen: ¿En qué objetivos se ha conseguido avanzar más? ¿En cuáles menos?
Se han conseguido algunos avances significativos, como por ejemplo la erradicación en un 50% de la pobreza extrema. Si ves la perspectiva de estos últimos años en pobreza absoluta, que significa vivir con menos de 1,25 dólares al día, hemos pasado del 43% al 20%. Eso es verdad y hay que reconocerlo, pero si nos queda el 20% de la pobreza mundial y somos 7.000 millones, significa que tenemos a 1.400 millones de personas viviendo con menos de 1,25 dólares al día. Todos sabemos que decir que hemos superado la situación de pobreza no es cierto.
Hay otros objetivos en los que también hemos avanzado de manera significativa, como en los relativos a salud: el VIH ha disminuido su capacidad de propagación, han disminuido las muertes prematuras de niños menores de 5 años, el número de mujeres fallecidas al dar a luz, etc. No es que haya que ser triunfalista, pero sí reconocer que ha habido avances.
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Posiblemente en los que se ha conseguido menos son en los objetivos 7 y 8. El primero es el que tiene que ver con toda la cuestión de la sostenibilidad ambiental. El segundo con una alianza mundial para el desarrollo. Pero eso desde la voluntad política de nuestros gobernantes es muy difícil. A partir de todos los intereses comerciales y empresariales que hay detrás del mundo, es muy complicado.
La erradicación de la pobreza parece uno de los desafíos más ambiciosos en un mundo que cada vez presenta una brecha mayor entre ricos y pobres ¿Qué medidas se hacen necesarias?
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En 20 años hemos conseguido casi duplicar la riqueza mundial. Eso habla de un potencial de generación de riqueza que no hemos tenido jamás en la historia de la humanidad. Pero se está consiguiendo a costa del crecimiento de las desigualdades entre países o dentro de los propios países. Los 1.200 millones de personas más pobres que existen en el mundo representan el 1% del consumo mundial, mientras que los 1.000 millones de personas más ricas consumen el 72% de los recursos. Lo cual quiere decir que poner el acento en el aumento de la riqueza como la varita mágica que va a solucionar nuestros problemas no es verdad. Hacer del PIB la medida fundamental para certificar que un país se está desarrollando es falso.
El otro efecto es que somos capaces de crear esta riqueza generando un gran deterioro ambiental y una explotación radical de los recursos. Si quisiéramos universalizar el estilo de vida de las sociedades ricas necesitaríamos un planeta y medio más. Socialmente no es universalizable y medioambientalmente no es sostenible.
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Junto a eso, hay otros datos interesantes. Del 20% actual de personas en la pobreza absoluta, el 75% vive en países de renta media. Hasta ahora estar en la pobreza absoluta significaba vivir en los países más pobres, pero hoy no. En la manera de luchar contra la pobreza hemos cambiado de escenario.
Esta es un poco la fotografía en la que nos basamos para concluir que tenemos que crear un nuevo marco de referencia para la agenda donde no solamente se aborden los objetivos más específicos de desarrollo sino que al mismo tiempo se aborden todos los desafíos medioambientales. Tiene que ser una agenda de desarrollo sostenible.
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¿Se está haciendo autocrítica en la nueva Agenda 2015, se están corriendo errores en el planteamiento anterior?
Hay una serie de críticas que se hacen por la manera en que se construyeron los ODM que se están intentando revertir, lo cual no significa que luego vaya a ser así. Los ODM no se hicieron con un enfoque causal, es decir, cuando se plantean estos objetivos es porque nos fijamos en los efectos que producen y no en las causas que los provocan. Y si no vamos a la raíz de los problemas, es muy fácil que los problemas permanezcan. Se necesita un enfoque causal, sistémico y global.
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Por otro lado, los ODM surgieron en una sala sin procesos participativos de consulta y todo eso afecta mucho a la apropiación de la agenda que se está tratando de solucionar ahora.
Desde la Coordinadora habéis denunciado que los ODM se construyeran con una estructura vertical: desde los países del Norte para los países del Sur en desarrollo. ¿Hay lugar para una estrategia más horizontal en el nuevo periodo?
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Hay factores políticos y económicos que son los que marcan realmente el cambio de perspectiva. El surgimiento del potencial de los países emergentes te sitúa ahora en un mundo policéntrico. Esto no existía con tal evidencia en el año 2000. Tenemos a Brasil, a India, a Sudáfrica o a México jugando en el escenario internacional con mucha fuerza de negociación y esto hace que ya no puedas hablar del Norte como el lugar en el que se concentra el poder. El modelo Norte-Sur ya no nos vale.
Una de las claves de la nueva agenda es que los objetivos que se propongan no sean para los países pobres, sino que sean objetivos universales. Si eso no lo hacemos entre todos no vamos conseguir nada.
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Para elaborar la Agenda 2015 cada país está aportando sus propuestas ¿Cuáles son las aportaciones de España?
Todas las aportaciones de los estados son bastante convergentes, pero en el caso de España tiene dos puntos fuertes: el primero, que es uno de los estados que defiende abordar la cuestión de las desigualdades como una parte esencial de los desafíos de la nueva agenda. No todo el mundo lo hace ni a todo el mundo le interesa porque es un tema que trastoca las estructuras del poder. Pero es verdad que detrás de esta postura el Gobierno español tiene un interés económico por su relación comercial con América Latina, donde al ser países de rentas medias, la cooperación consiste en reforzar todo el tejido económico y empresarial de la región.
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El otro es la cuestión de género. Puede sorprender un poco porque tenemos un Gobierno conservador, pero en el planteamiento ante Naciones Unidas no ha habido una ruptura dependiendo del color político y se ha seguido una tendencia en la que España tiene una trayectoria reconocida.
¿Después de 15 años desde que se fijaron los ODM, con una crisis global de por medio, han surgido nuevos objetivos?
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Hay una serie de valores compartidos sin los cuales no existiría acuerdo. Los ODM se construyeron bajo los temas de pobreza, salud, educación, género, agua, etc. Pero ahora han aparecido temas relevantes a abordar como la energía, la desigualdad, el cambio climático, la biodiversidad y la desertificación o la gestión de los mares y los océanos. Lo que nos parece urgente y que está un poco en la base de todos estos nuevos desafíos, es la cuestión de un nuevo paradigma de desarrollo. Entender el desarrollo sostenible desde lo económico, lo social y lo ambiental, creciendo en las tres patas, no sólo en lo económico. Tenemos que crear consumidores críticos, que hagan del consumo no sólo un acto económico, sino sobre todo un acto político y un acto ambiental.
Y fundamental también: estipular las reglas del juego. Pongámonos de acuerdo en el grado de compromiso de los países con esta nueva agenda, ¿qué va a ser, un compromiso voluntario como los ODM, algún compromiso jurídicamente vinculante a algún nivel? Porque lo que está en juego ya no es superar la pobreza, sino todo nuestro planeta.