"Dedicar 24 horas al fútbol no es el modo de honrar la vida que quiero"
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Hace tres años, Jorge Valdano (Santa Fe, 1955) dejó el Real Madrid y se apartó de la opinión pública. Pero su tasa de actividad no descansa, quizá porque, a un solo año de cumplir los 60, sigue familiarizado con esa frase que dijo una vez: "Existe una aspiración que a todos nos hace igual de felices: sentirse importantes".
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Actualmente, está metido en la radio, en la televisión, en la literatura y hasta en el cine, donde su lenguaje siempre será un reflejo de su personalidad. "A los que saben siempre se les respeta", señala Valdano en su conversación con Público, que empieza con el muchacho, que llegó a España en plena transición para jugar en el Alavés, y acaba con el hombre, que ahora prepara una película de LeoMessi. "La pasión es ambiciosa por naturaleza", insiste.
De repente, la muerte de Adolfo Suárez nos ha recordado que en esta sociedad hay más héroes que los deportistas. ¿Hacía falta algo así?
Sí, claro, porque Suárez es uno de esos personajes que te ayuda a reconciliarte con la política. Gente de un talento, de una vocación como pudo ser Iñaki Azkuna, el alcalde de Bilbao. Yo, que conocí esa ciudad hace treinta años y la veo ahora lo primero de lo que te das cuenta es de que ahí ha existido una obra política de gran envergadura que, naturalmente, pasa por un gran hombre....
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¿Los políticos entonces pueden estar a la altura de los futbolistas?
Ahora mismo, es difícil, porque estamos en plena era de la globalización de la que el fútbol ha salido muy fortalecido. De hecho, el fútbol es un símbolo perfecto de esa globalización y de esta cultura que se lleva ahora y que ha aceptado las emociones con tanta fuerza como la literatura o la gastronomía. Si lo analizamos fríamente, vemos que todo eso es lo que ha convertido a los futbolistas en los héroes de nuestro tiempo. Hay que aceptarlo como tal cuando ves que los jóvenes tratan de imitar su estilo de vida y hasta sus peinados o que los propios futbolistas son los más deseados por el sexo opuesto.
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Usted llegó a España en el 76 y recuerda que "en los inviernos de Vitoria se ponía el pijama a las cinco de la tarde" y que su primera relación con nuestro país fue "a través de sus escritores". ¿Qué ha cambiado en España?
Cambió físicamente. Se construyó un país nuevo con infraestructuras tan maravillosas que uno las ve y le hacen olvidar la crisis en la que andamos metidos. Aquella era otra España todavía reprimida, con los derechos muy recortados... Recuerdo que en aquel momento leer un periódico era como leer un libro de historia. Pero entonces apareció Suárez y empezó la conquista lo que seguramente hoy es el motivo de que estos días de su muerte se le haya recordado con tanto cariño.
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¿Conoció usted a Suárez?
No, cuando él estuvo en la presidencia, yo jugaba en el Alavés y luego en el Zaragoza. Cuando fiché por el Madrid ya estaba Felipe González...
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¿En aquella época los futbolistas también iban de héroes?
No. Era otra cosa. Yo pertenezco a una generación en la que el fútbol tenía otra importancia. Significaba más o menos como ir a Misa los domingos, en los que la gente aprovechaba para tomarse una tregua, pero nada más. Ahora, sin embargo, se ha convertido en un producto de consumo elevadísimo que está por encima de todos nosotros...
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En cambio, no hay manera de acabar con esta crisis en la vida real. ¿Usted también la padece?
Mi caso es diferente. Casi podría decir que estoy más arriba en el avión que en España. Viajo demasiado, y eso me permite evadirme. Entonces en otros países aprovechas para cambiar de conversación y esto te permite ver sociedades más optimistas, con otro estado de ánimo que te hacen recordar con más pena, si cabe, lo que pasa en España. Aquí, nos hemos dado cuenta de que esa etapa de aparente esplendor, que precedió a la crisis, formaba parte de la ficción...
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¿Y eso no le molesta?
Me apena mucho, claro...
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¿Qué relación tiene usted con la calle?
Creo que mucha, la suficiente. Me gusta pasear por la calle, vincularme a su vida, formar parte de ella...
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Si le pregunto qué vale un billete de Metro, ¿le pongo en un compromiso?
Sí, la verdad es que sí, porque no suelo viajar en Metro, pero, más que nada, porque ese es uno de los precios de la popularidad. Me siento observado rápidamente y no estoy cómodo. Pero si fuese un personaje anónimo claro que emplearía un Metro tan magnífico como el que tenemos en Madrid. De hecho, en los países a los que voy de turismo siempre lo utilizo y me gusta.
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¿Qué vale su libro, el último que ha publicado, Los once poderes del líder?
En cada país es distinto, pero aquí me parece que anda por unos 15 euros...
¿Gana dinero escribiendo libros?
La respuesta es no. Realmente, uno no escribe libros para ganar dinero a no ser que seas un escritor de la categoría de García Márquez, Vargas Llosa..., y yo no lo soy. Así que mi objetivo cuando escribo nunca es el de ganar dinero, sino que me vale para ordenar ideas, para tender puentes, para ayudarme en las conferencias que doy o, simplemente, para refrescar sueños, en los que uno está presente o para regresar a recuerdos insuperables como el gol en la final del Mundial de Méjico 86.
La realidad es que desde entonces no para de hacer cosas, de cambiar de trabajos. Un día dijo que le rejuvenecía meterse en líos. ¿Todavía es posible a año y medio de cumplir los 60 años?
Sí, sí, sin ninguna duda. Es algo que forma parte de mi personalidad, de mi propia educación. Cuando no hago nada, me siento mal. Pero no sólo eso, sino que cuando resuelvo las cosas con demasiada facilidad también desconfío de mí mismo. Creo en el esfuerzo. Necesito la dificultad, porque me complace. Y a partir de ahí reconozco que no soy hombre de una sola cosa. Por eso tengo tantas cosas que atender: conferencias, artículos periodísticos, colaboraciones en radios, en televisiones de distintos países, los mismos viajes...
Ahora, incluso, acaba de entrar en una industria como la del cine, que se siente tan maltratada.
Yo diría que el mundo de la cultura, en general, es el que está maltratado. Pero la realidad es que sí, que me he metido en este documental sobre Messi porque lo dirige Álex de la Iglesia y no podía rechazar una propuesta así. Y, además, tengo la posibilidad de trabajar con mi hijo, que es guionista. Y entre los dos, más que un guión, estamos escribiendo una historia que es como un mosaico de opiniones a las que hay que situar, dar una vida, dar...
Escribir puede ser tan abrasador como entrenar, esa soledad del escritor, esa pelea a solas con uno mismo.
Pero es distinto. Cuando uno entrena se sienta fuera del campo y espera que sean los jugadores los que defienden tu idea, pero escribir..., escribir es otra cosa. Para mí, es lo que más trabajo me cuesta y, a su vez, lo que más me gusta, porque el escritor tiene, incluso, una ventaja respecto al futbolista. El jugador lo hace todo a la vez. Sus decisiones duran un segundo. Sin embargo, el escritor tiene la posibilidad de retroceder, tachar o avanzar hasta que se siente realmente a gusto con lo que está escribiendo, es diferente...
El problema es que el papel se rinde y amenaza con acabarse. Eso es mala cosa, Valdano.
Es verdad que yo mismo viajo con libros tecnológicos, pero a la vez es imposible que me engañe. Sigo teniendo con el papel una relación casi amorosa. De hecho, las paredes de mi casa están hechas de libros de las que yo no podría prescindir, porque forman parte de mi vida. Me hacen sentir cómodo. Me recuerdan lo que soy y lo que fui, la mayoría de ellos subrayados, con dedicatorias... En todos hay rastros de mí, es casi como un fetichismo que me vale para insistir en lo que la lectura o la escritura significa en mi vida.
¿Todavía existen líderes como los que usted predica en su último libro, Los once poderes de líder?
Sí, creo que sí. Una de las cosas de las que se ha dado cuenta esta sociedad es que el liderazgo debe ser más compartido, porque cada vez es más difícil imponer, ya no es como antes. De hecho, lo vemos en los entrenadores de hoy, en Ancelotti, en Martino, en el mismo Simeone, más que entrenar, negocian con sus jugadores, es gente muy lejana del autoritarismo, quizá porque se han dado cuenta de que ahora mismo ya no se puede ser de otra manera.
Bueno, hace veinte años, cuando ejerció de entrenador usted ya era así.
Bueno, para mí existía una prioridad y era que mis equipos jugasen bien al fútbol o que adoptasen el fútbol desde la reflexión, y creo que eso sí lo conseguí tanto en el Tenerife como en el Madrid en los que probablemente sí fui un tipo de líder coherente con lo que he escrito en este libro.
¿Por qué dejó de entrenar? Hubo un día que dijo que no, tenía 43 años y, como dice la canción de Sabina, no volvió más.
Porque creo que la tarea de entrenador sólo es apta para gente obsesiva. Requiere la totalidad del tiempo. Uno se termina convirtiendo en prisionero del fútbol. Acepto que ese es un estilo de vida aceptable para el que le guste, pero no para mí. Entonces me convencí de que vivimos una sola vez y de que dedicar las 24 horas de vida al fútbol no es el modo de honrar la vida que uno quiere. Yo soy más inquieto. Necesito dispersarme. Necesito acercarme y alejarme del fútbol permanentemente, porque en los momentos en los que me alejo tomo perspectiva. Veo el fútbol de otra manera como un vehículo de formación para la empresa, para la sociedad, para la propia cultura y salen cosas bellas...
Visto lo visto, lo único que le va a faltar es ser presidente del Gobierno, dedicarse a la política, al menos.
Quizá me faltó ese talento, esa vocación de la que realmente carezco. Sin ella, me di cuenta de que no se puede hacer nada, y no es que yo aborrezca a la clase política, todo lo contrario. No estoy en absoluto de acuerdo con la demonización de la política, pero en mi caso fue una posibilidad que ni se planteó. Quizá porque a veces la vida elige por uno y en mi caso me plantaron en un campo de fútbol y de ahí ya no salí...
Sin embargo, abrir una cuenta de Twitter es más fácil. ¿A qué espera un hombre como usted?
No, no, por ahí no iré. Acepto que Twitter forma parte del fútbol, pero, como dice Segurola, es como un bar de borrachos, de exhibicionistas, de insurrectos y la realidad es que para encontrar una frase inteligente hay que apartar mucha basura. Por lo tanto, no me complace formar parte de ese mundo, no me veo, no puedo hacerlo.
Con las nuevas tecnologías (tablet, Iphone, Whatsapp...) ¿se defiende bien?
Oh, sí, por ahí sí, porque son instrumentos de trabajo que te demuestran que físicamente el tiempo ya no es lo que era. En ese sentido las nuevas tecnologías son una maravilla. Cuando yo llegué a España para realizar una conferencia desde Vitoria hasta Argentina debías emplear toda la tarde, armarte de paciencia. Sin embargo, ahora es increíble y la gente de mi generación tenemos que aceptar el esfuerzo, engancharnos a tirones a las nuevas modernidades. Por eso yo siempre digo que estoy en la era del conocimiento.