La decadencia del capitalismo americano
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Un día antes de su estreno en España, la película de Michael Moore resultó eliminada, en la madrugada de ayer, de la lista de documentales preseleccionados por la Academia de Hollywood para competir por los Oscar. Pero tal como ya ocurrió a primeros de octubre en Estados Unidos, el nuevo film de Moore llega en un momento especialmente propicio. En una fase de la larga crisis económica y financiera.
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Moore tiene una capacidad para conectar con el americano medio y se dirige, especialmente, a los trabajadores. La película, que él monopoliza como ya es habitual, nos ilustra sobre esa idea tan central del modo de vida americano según la cual cada generación conseguía vivir mejor que la anterior. Se acabó.
El autor evoca su infancia en la ciudad de Flint, en Michigan, en los años cincuenta del siglo pasado, una época en la que su padre era obrero en una fábrica de General Motors, tenía un salario que le permitió comprar una casa y educar a una familia feliz. Su padre gozaba de cuatro semanas de vacaciones al año, cambiaba su coche cada tres y le esperaba una generosa pensión para disfrutar en su jubilación.
¿Qué pasó para que ahora, con el progreso tecnológico extraordinario alcanzado, esas conquistas hayan quedado enterradas? Esto es lo que pasó: entre 1949 y 1973, los trabajadores y empleados de clase media tuvieron una fuerte participación en el reparto de las ganancias de productividad de la economía. Pero a partir de la primera recesión generalizada de la economía norteamericana y mundial tras la posguerra, en 1973/4, ese reparto comenzó a ser cada vez más desigual. La guinda la puso el presidente Ronald Reagan, quien, según muestra Moore, hizo retroceder el mercado laboral de manera extraordinaria, lo que a su vez potenció las desigualdades sociales. El director-protagonista apoya sus argumentos con gráficos y cuadros estadísticos.
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El ataque al credo económico neoliberal es salvaje. Y aunque, como siempre en las películas de Moore, se trata de provocar al espectador con recursos poco elaborados, los argumentos son válidos. Aunque la película destila ese aire tan habitual de fábula de buenos y malos, tan americano y tan influente en la cultura del resto del mundo, Moore ha captado una de las esencias -la decadencia de la economía norteamericana tras la época dorada posterior a la Segunda Guerra Mundial-y consigue transmitirla con fuerza.
Sus recursos son los de todas sus películas, los del reportaje en las calles y en los edificios. Pero aquí los protagonistas son las familias que sufren, y filman, sus propios desahucios, víctimas de la burbuja inmobiliaria. Sí, víctimas. Moore ataca la idea de que la culpa de esta crisis es la de los trabajadores que se han endeudado irresponsablemente al punto de no poder pagar sus hipotecas y perder sus casas.
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En cambio, aún cuando protege al presidente Barck Obama, el cineasta se burla del equipo que en 1999, durante la crisis asiática, fue portada del semanario Time con el título: "Comité para salvar el mundo". Ese equipo, formado por Alan Greenspan, Robert Rubin, Lawrence Summers y Tim Geithner, impulsó la desregulación del sistema financiero durante la presidencia de Bill Clinton. Dos de ellos forman la guardia de corps del presidente Obama.
Moore no se detiene ni en el fondo de la crisis financiera ni en la burbuja de la vivienda. Presenta el rescate con dinero público de las instituciones de Wall Street como un golpe de estado financiero de Wall Street. Se dirá que es éste un ataque panfletario o una teoría de la conspiración. Pero, un momento, profesionales respetables como Simon Johnson, ex economista- jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), califican la crisis en curso como el producto de la existencia de una "oligarquía financiera" en EE.UU al estilo de la oligarquía rusa.
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Precisamente, en la película hay un momento especialmente dramático cuando Moore entrevista a Elizabeth Warren, de la Oficina de Supervisión del Congreso. "Dónde está nuestro dinero", pregunta el cineasta. La cámara se posa sobre el rostro de la funcionaria, que da vuelta el rostro, piensa, respira hondo y mira la lente: "No lo sé", contesta.
Antes de finalizar la película, Moore se coloca a la salida de un edificio de Wall Street y va pregunta uno a uno a la gente que sale al azar si pueden explicarle lo que es un credit default swap (contrato de seguro de riesgo). Todos siguen su camino, sin responder. "¿Pueden darme un consejo?", grita Moore. Y uno de los que pasan por allí dice: "Sí, no haga más películas".