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Crisis y mantras: los trabajadores no deben pagar el coste del ajuste

JUAN JOSÉ DOLADO*

Un mantra es un estribillo de origen budista que se recita repetidamente para alcanzar algún logro espiritual. Los cánticos del Hare Krishna constituyen un buen ejemplo. Pues bien, el mantra tradicional entre buena parte de expertos económicos en las fases de recesión es el conocido latiguillo 'se necesitan reformas estructurales'. Tras este eufemismo está la desregulación intensa del mercado laboral y la reducción de cotizaciones empresariales. En la cuádruple crisis actual (financiera, hipotecaria, materias primas y alimentos) no paramos de escuchar este popular estribillo en boca de los banqueros centrales, con Jean-ClaudeTrichet a la cabeza, [seguido ayer por los responsables del Banco de España] y de los responsables de los organismos internacionales. La racionalidad de este tipo de mantra merece una reflexión.

Para ello resulta conveniente entender cómo funcionan los mecanismos de ajuste en una economía que se enfrenta a perturbaciones negativas de oferta, como las acontecidas en las anteriores crisis petrolíferas. Un país importador de crudo ve reducida súbitamente su tasa de crecimiento potencial (aquella que se alcanza con tasas razonables de utilización de capital y trabajo y precios medios de las materias primas) por el repentino encarecimiento del input energético en la producción final. Por tanto, aun cuando la tasa de crecimiento actual se resienta, excederá a la tasa potencial en el corto plazo. Ello provoca expectativas de inflación al alza, al tiempo que empleo y producción se estancan. Llega la temida estanflación. Ante este panorama, una política de demanda expansiva (monetaria y/o fiscal) no resulta apropiada pues aumenta el diferencial existente entre las dos tasas de crecimiento, azuzando todavía más las presiones inflacionistas.

 La crisis nace de errores de los mercados, no de la presión salarial

Las autoridades sólo tienen dos vías para eliminar dicho desequilibrio: a) reducir el crecimiento actual, provocando una recesión que lo iguale al crecimiento potencial más bajo, o b) aumentar el crecimiento potencial igualándolo al todavía mayor crecimiento actual. La estrategia a) se basa en no ceder un ápice a las demandas de ayudas fiscales o recortes de tipos de interés por parte de los grupos más afectados por la crisis. La estrategia b) consiste en promover reformas laborales que disminuyan la presión salarial para que, al reducirse los costes laborales, aumente la capacidad productiva de las empresas y, con ello, el crecimiento potencial de la economía. Ante una mayor competitividad vía reducción de costes y una mayor demanda exterior vía mayores importaciones de los enriquecidos países productores de petróleo, el elevado paro inicial tenderá a remitir, al tiempo que las expectativas inflacionistas se frenarán. El lector ya habrá adivinado que el mantra de la ortodoxia responde a la estrategia b). Resulta menos costosa en términos de popularidad política que la a) y gana en eficiencia ya que se alcanzaría un crecimiento más alto sin tensiones inflacionistas.

Lo que suelen olvidar los defensores del mantra es que no sólo los costes laborales determinan los precios. En mercados todavía alejados del paradigma competitivo también cuenta el margen de beneficios que las empresas aplican sobre esos costes para fijar precios. Por consiguiente, la senda que nos devuelva a un mayor crecimiento potencial pasa tanto por la moderación salarial como por la reducción de dichos márgenes. De hecho, si se trata de diseñar una secuencia temporal de reformas que generen menor resistencia social, sería preferible abordar primero una mayor desregulación de los mercados de bienes y servicios. En efecto, al moderarse los precios, aumentarían los salarios reales y la capacidad adquisitiva de los asalariados, favoreciendo el apoyo al ajuste del grupo mayoritario en la sociedad (los trabajadores). Por contra, empezar con una reforma laboral reduciría inicialmente los salarios reales, distribuyendo los costes sociales del proceso de ajuste en favor del grupo minoritario (los empresarios), dando lugar a una mayor conflictividad.

La crisis actual ha sido generada por errores sustanciales de los mercados financieros y de sus instituciones reguladoras. No por una presión salarial desbocada. Ante la permisividad irresponsable de reguladores y agencias de rating, la ingeniería financiera creó los apetecibles créditos usureros (troceados mediante la titularización para permitir su exclusión de los balances bancarios) satisfaciendo las demandas de alta rentabilidad de las instituciones financieras europeas y norteamericanas. La toxicidad de estos créditos (al estar fuera del balance, sus dotaciones de capital eran mínimas en caso de impago) ha acabado con el inestable equilibrio global vigente, donde el ahorro de los países en vías de desarrollo, con instituciones financieras poco eficientes, financiaba los desequilibrios de las economías más desarrolladas, con mejores sistemas financieros capaces de ofrecer rentabilidades más elevadas. Cuando la confianza en estas instituciones se ha evaporado, los inversores han acudido en masa a los mercados de derivados de materias primas y alimentos provocando fuertes procesos especulativos que se suman a la creciente demanda de estos productos por parte de las grandes economías emergentes.

En estas circunstancias continuar con el mantra de las reformas laborales supone cargar el peso de la crisis sobre quienes no han sido responsables de la misma. Como argumentaba anteriormente, sería bueno cambiar la tonadilla poniendo énfasis en la desregulación de los mercados de bienes y servicios y, sólo después, añadir la letra habitual. Entre otras cosas, porque quienes entonan el mantra una y otra vez dirigen aquellas instituciones donde las regulaciones laborales son más rígidas (bancos centrales, instituciones internacionales y universidades arcaicas). Como dice la Biblia, suelen ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.

*Juan José Dolado es catedrático de fundamentos del análisis económico de la Universidad Carlos III 

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