"Cerradas no tienen ventilación"
Los vecinos de Santillana del Mar viven divididos y con poca información la posible reapertura de Altamira
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Mejor cerrada, pero no lo digo muy alto porque voy a tener enfrentamientos con los comerciantes, que quieren que se abra ahora por la crisis", dice Ángel Fernández, carpintero de 52 años, "de Santillana del Mar de toda la vida". Constata Ángel, mientras lija la pata de una silla, el sentir de este pueblo turístico situado a dos kilómetros de la cueva de Altamira: los comerciantes quieren abrir a toda costa; el resto, no tanto. "Bueno, yo también soy comerciante y me vendría bien más turismo, pero tengo una cierta formación cultural y pienso que las cuevas se deben conservar para la gente del futuro. Lo primero es asegurar la conservación".
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En el bar frente a la famosa Colegiata de la localidad, no piensan como él. Junto a un horno de leña con tres costillares de ternera chisporroteando, se forma un corrillo donde las voces que más se oyen son las del dueño del establecimiento y la de José Luis, un vecino que regenta varios hoteles en la zona. "Yo creo que las pinturas no correrían tanto peligro. Yo de pequeño jugaba allí al escondite con velas y siempre las he visto igual", recuerda el hotelero, que cree que el descenso del turismo desde que cerró Altamira se ha notado bastante: "La neocueva fue un fracaso. Ahora las excursiones hacen un itinerario fijo. Vienen ya desayunados, paran en la neocueva y se van. Ni siquiera toman algo en Santillana", lamenta.
"Mejor cerrada; la cueva debe conservarse para el futuro", dice Ángel, carpintero
Unos que sí, otros que no. María Luisa lleva viviendo 50 años en Santillana y confía en que pronto recibirá la respuesta a las cartas que envió hace ocho años para que unos familiares suyos ("Que son peces gordos", dice) puedan disfrutar de las pinturas. "Hace poco le pregunté al guarda de la cueva y me dijo que en cuanto la empiecen a abrir, me avisarán. Dice que las abrirán en breve. Yo creo que corren más peligro cerradas, porque no tienen ventilación", argumenta enérgica María Luisa, mientras el loro la vigila desde el marco de la puerta de su casa.
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Los vecinos del pueblo no están especialmente informados sobre el proceso que se está siguiendo para intentar reabrir la cueva. Sólo Rosa Herrero, una empleada de banco prejubilada, atisba a dar algún dato concreto. "Venía ayer en el periódico que en junio van a estudiar otra vez a ver qué pasa, si lo abren o no. Lo primero es ver cómo está Altamira. Si está para abrirse, que se abra. Si no, pues todos lo respetaremos", explica Rosa.
Rosario Pardo, la ferretera, parece más bien enfermera cuando habla de las cuevas con un inequívoco instinto maternal: "Es más importante el estado de salud de las cuevas que el hecho de que estén abiertas. Si tiene que estar cerrada, pues cerrada. Lo primero es la salud del enfermo". Parecido opinan Óscar Elorri y Pilar Navarro, dos turistas zaragozanos que parecen enamorados: "Yo no la abriría. Los políticos quieren traer a más gente", dice Óscar.
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En el bar de antes, todos coindicen en que es esencial preguntar a Manolín. "Estará en su zapatería, enfrente del parador", indican. Manolín es la persona que más veces ha visto las pinturas de Altamira. Fue el guía de la cueva durante 36 años, es nieto del primer guía y el primero en enseñársela al príncipe Felipe: "Tenía cinco años. Luego le metimos otra vez con treinta y tantos, cuando todavía no se había casado". Él ha vivido dentro del tesoro y anhela que se pueda ver, aunque sólo sean unos pocos: "Ya nos gustaría que la abriesen con un límite, como lo hacía yo. En mayo, entraban diez personas, siempre en dos grupos de cinco y sólo por la mañana".
El hijo de Manolín, mientras le ajusta una chancla a una niña francesa que ha entrado con sus padres en la zapatería, cree que en el pueblo la gente tiene ganas de que Altamira reabra, aunque no porque vaya a aumentar el turismo. "Parece más bien que hay cierto interés político. Si se abre, no van a entrar 1.500 personas, como hace años. Van a entrar 20. Buscarán el efecto publicitario y apuntarse el tanto político", sostiene el joven. Manolín, un tanto indispuesto, ya ha vuelto a su siesta.
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"Hace poco le pregunté al guarda y me dijo que las abrirán en breve", asegura María Luisa
Es lunes: las calles de Santillana del Mar están desiertas, los restaurantes vacíos, las tiendas abren para nadie. Sólo con el comienzo de la tarde comienzan a verse pequeños grupos de turistas. Por el camino de dos kilómetros que construyó Alfonso XIII para acceder a la cueva de Altamira (hoy transformado en una carretera de dos carriles), se ven pocos coches.
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El único rastro de vida humana es una vecina del pueblo dando un paseo junto a su perro.
El guardia de seguridad del Museo de Altamira no titubea: "Los lunes está cerrado. No se puede entrar. Además, dentro no hay nadie". Detrás de la garita de seguridad, está el terraplén bajo el que descansan, boca abajo, los bisontes más famosos (y hermosos) del mundo. Llevan ahí 15.000 años.