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Una cartelera monstruosa...

Esta semana 'Dreamworks' nos invita a recuperar las gafas 3D y el estreno nacional de la semana reúne un elenco de caras conocidas y jóvenes promesas del cine español en 'La casa de mi padre'.

RUBÉN ROMERO/ISABEL REPISO

MONSTRUOS CONTRA ALIENÍGENA, Rubén Romero

(Nota previa: La siguiente crítica ha sido escrita tras ver la versión en tres dimensiones de Monstruos contra alienígenas , algo que probablemente usted no podrá experimentar debido a la escasez de copias en dicho formato. Como el crítico pertenece a la pestífera hermandad de los gafapastas, tuvo que ponerse gafa sobre gafa, con un aspecto que, de verlo un cazador de talentos, habría acabado ‘ipso facto‘ con la carrera de Manolito Gafotas).

Hecha a partir de retazos de películas de serie B -el Monstruoso Club de los Cinco remite a otras tantas obras de arte del género: El ataque de la mujer de cincuenta pies, La criatura del Lago negro, La Cosa, Godzilla y La Mosca-, todo el vuelo de la película se queda en eso: puro y honesto homenaje en una sucesión de ‘sketches' deslavazados.

Habría que preguntarse hasta qué punto la tecnología 3D ha condicionado el guión de una historia que carece de fuste más allá del elogio de la diferencia y del carácter guerrero de las chicas. Simplemente, no hay argumento: lo que hay son una sucesión de momentos para demostrar lo molón que es el 3D en el siglo XXI, un invento, por cierto, más viejo que el TBO. Sin embargo, la referencia fundamental no tiene nada que ver con esos seres de ADN revuelto de la América del terror nuclear de los años cincuenta, sino con Teléfono rojo, de Kubrick.

En ese contexto, gracias a sus chistes acidísimos e inhabituales sobre la esencia del yanqui medio, en su mayor parte protagonizados por un presidente estadounidense pusilánime y bravucón (todo un anatema y una condena segura a la antipatía en la ultranacionalista norteamérica), la película de Dreamworks sale del infantilismo. Esta sana mala baba evita que el filme sea una parodia de película de películas a la manera de Abrahams-Zucker-Abrahams o sus émulos de color, los hermanos Wayans.

Lo mejor de la historia: el guiño a la spielbergtiana Encuentros en la tercera fase al ritmo del Rock it de Herbie Hancock. Lo peor, la falta de ligazón entre los ‘sketches' y un final de función resuelto con escasa habilidad... que nos prepara para la segunda parte de Monstruos contra alienígenas. No sabe nada el Steven Spielberg éste...

Bueno, la verdad es que no acabé con una cefalea galopante tras ver la película en 3D, cosa que debo agradecer a DreamWorks. Aquí todo es ‘high tech’, nada que ver con las nostálgicas gafas de cartón que regalaban con la difunta ‘Teleindiscreta’. El nuevo sistema de visión se basa en proyectar el 3D a la vez: uno recibe una información por el ojo izquierdo, otra por el derecho, y ambas se unen gracias a las lentes creadas por Dolby y Texas Instruments.

LA CASA DE MI PADRE, Isabel Repiso

Los hermanos Garai vuelven a reunirse por la situación terminal de uno de ellos. Para Txomin (Carmelo Gómez) es el reencuentro con su tierra después de instalarse definitivamente con su mujer e hija en Argentina (Emma Suárez y Verónica Echegui). A su vuelta, Txomin es testigo de las tensiones ideológicas que precipitaron su marcha en el seno de su propia familia: su sobrino Gaizka (Juanjo Ballesta) milita en la kale borroka.

El director Gorka Merchán (San Sebastián, 1976) rubrica un guión de Iñaki Mendiguren que remite a Julio Médem en el uso del frontón como metáfora del conflicto vasco. Es, quizá, el único lugar común de una narración que evita caer en el subjetivismo propio de otros filmes sobre el tema, como Días contados (Imanol Uribe, 1994), Yoyes (Helena Taberna, 2000) o El lobo (Miguel Courtois, 2004).  

El primer largometraje de un director no suele casar con lo que diseñó a priori y esta película no es una excepción. Si en un principio el 25% del guión estaba escrito en euskera, su presencia es casi residual en el producto final; lo que resta credibilidad al enfrentamiento entre Ballesta y Gómez. A
esto hay que añadir la ausencia de subtítulos, que el productor Iker Monfort justificó porque 'se intuye lo que se está diciendo'. Por todo ello da la impresión de que Merchán se ha quedado a la mitad. 

 

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