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Cartas a "niños de Morelia" desvelan las memorias olvidadas de la Guerra Civil

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Durante la Guerra Civil española, los padres de los niños refugiados en México, conocidos como "Los niños de Morelia", enviaron a las autoridades de este país desgarradoras cartas que describen las penas del conflicto y reflejan las heridas del bando republicano: ruptura familiar, derrota y destierro.

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"No pueden darse idea de mi sufrimiento. En un año he perdido mi casa, mi marido y estoy separada de mi hijo. He buscado por todos los medios la manera de poder ir al lado de lo que me queda del mundo: ¡Mi hijo!", escribió María Rodríguez Pacheco, madre de un niño de once años que en junio de 1937 fue embarcado junto a otros 463 menores rumbo a México.

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Esta y otras 31 misivas han sido recuperadas gracias al empeño del Ateneo Español en México y de la Embajada de España en ese país que han reunido, bajo el título "La letra en que nació la pena", una recopilación de las cartas dirigidas a la presidenta de Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español, María de los Ángeles de Chávez Orozco, durante los años 1937 a 1939.

Julia Olmo, consejera cultural de la Embajada de España en México, explicó a Efe que la publicación de las cartas, que serán presentadas el próximo martes, forman parte del homenaje con motivo del 70 aniversario de la llegada de estos niños y suponen un reconocimiento al gesto de México y a su entonces presidente, Lázaro Cárdenas (1934-40), por acogerlos.

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Los escritos de los padres de algunos de aquellos 464 niños que huían de los horrores de la Guerra Civil española (1936-1939) reflejan la creciente desesperación de un conflicto que se alargó más de lo previsto y que además de impedir la reunificación familiar dejó a los protagonistas sumidos en la pobreza, el hambre y la enfermedad.

"Yo no puedo sufrir más, me muero de ambre (sic) y de todo", relataba Marina Carrasco desde Barcelona en 1938.

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Los testimonios comienzan en agosto de 1937, dos meses después de la partida de los niños, cuando los padres pensaban en una estancia transitoria en México y persistían las esperanzas de un pronto y victorioso fin del conflicto.

"De lo que me dices si he dado la bicicleta, no pases ansía pues te la guardo para cuando vengas", escribía Martina García a su hijo en diciembre de ese año.

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El desgarro de la separación está siempre presente en las misivas que se deshacían en elogios hacia Lázaro Cárdenas por haber acogido a los niños españoles que fueron instalados en un colegio de la ciudad de Morelia, en el estado occidental de Michoacán.

La crudeza de la separación la resumió Ana Garrido en febrero de 1939 al reconocer aquel día de junio en que embarcó a sus hijos: "Sentía que el mundo caía encima mío y me ahogaba y fui más sentimental o más cobarde que las otras madres, que al último momento hice que me dieran a mi hijo pequeño".

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Narraciones impactantes como la de la madre de Francisco Nebot, quien falleció a los dos meses de llegar a México en un accidente fortuito: "He recibido sus cartas las que detallan los tristes dias bibidos (sic) por la horrible desgracia en que perdió la vida mi querido hijo."

A medida que la guerra se prolonga, la desesperación se apodera de las familias que piden ayuda a María de los Ángeles Chávez para que intermedie ante el gobierno de Cárdenas y consiga que les acepten como refugiados.

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Muchos, como Antonio Díaz, un obrero metalúrgico refugiado en un campo de concentración de Francia, solicitaban información sobre cómo lograr su traslado a México para reunirse con sus hijos y encontrar trabajo en ese país.

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