Blanca Portillo toca el olimpo con Medea
El director Tomaz Pandur ultima la versión contemporánea del clásico de Eurípides para el Festival de Mérida
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Hace siglos que los sueños están entre nosotros, hurgando en la literatura y en la conciencia. En un mes vuelve a subirse a los escenarios Medea, el mito de una mujer que se apropia de sus deseos, de su destino. En estos momentos, en la sala de ensayos del Teatro Español de Madrid, trabaja el director esloveno Tomaz Pandur con un elenco de casi 20 actores. Parten de una versión construida por el propio Pandur, en colaboración con Darko Lukic, de la leyenda que Eurípides escribió en el año 431 a. C. Blanca Portillo es la actriz encargada de dar vida entre el 20 al 30 de agosto a la figura trágica de una mujer atrapada entre lo divino y lo terrenal, una mujer enamorada y asesina.
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Están nerviosos porque no saben con qué terminarán encontrándose. Tomaz es un director exigente, "sólo pide honestidad a sus actores". Nada más y nada menos. En febrero convirtió a Blanca en un Hamlet entregado a las entrañas del ser humano y el montaje ha quedado como uno de las entregas señaladas del año. Entonces también le pidió honestidad y ella se entregó. Ella se siente cómoda con él porque reconoce en Pandur a alguien en eterna búsqueda. "Normalmente, el actor suele acomodarse a las instrucciones, los deseos y los objetivos del director. Hay pocos directores que compartan su sueño con los actores. Por eso el sufrimiento de un actor es trabajar con un director en el que no se cree, con el que no se comparten ideas, sentimientos, puntos de vista", reconoce Blanca.
La compañía trabaja como si estuviera en un laboratorio
No falta mucho y los actores con los que Pandur ha compartido su sueño están entregados a su causa. El actor Alberto Jiménez, que interpretará a Jasón, explica que el director quiere hacer algo que vaya más allá de contar la historia de Jasón y Medea, "para hablar del ser humano que aspira a sus sueños por encima de cualquier cosa". Él también reconoce en este proceso creativo una implicación poco habitual. Portillo lo resume a las claras: "Hay algunos directores que no quieren actores como meros obedientes". Al parecer, Tomaz ha encontrado un diálogo creativo sano, en el que actor y director aportan y crecen juntos. Coinciden en que es mucho más nutritivo trabajar con estas condiciones que no a las órdenes de un ponedor de escena.
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"Claro que requiere un esfuerzo mayor", explica Blanca que combina por las mañanas rodajes para la televisión, con el teatro el resto del día. "Tú no te conformas con lo primero que haces, ni él se conforma con lo primero que haces. Hay que buscar, bucear, exigirse y ser muy honesto". Vuelta a la verdad y al hueso de la actuación: la verdad de la mentira. "Queremos que todo sea de verdad, que la cotidianeidad sea importante, pero que lo anecdótico no sea lo importante", cuenta Jiménez, muy cercano a este tipo de propuestas con las carnes en vivo. Para Blanca, el teatro es un acto de fe, "donde crees en lo intocable y trabajas para que se termine por hacer realidad".
Insisten antes de entrar a actuar en resaltar la importancia del trabajo del actor en este tipo de montajes de Tomaz, en los que hay un cuidado exquisito por la imagen, pero en los que apenas hay elementos en escena. Aquí vuelve a repetir, claro. Abre su carpeta de anotaciones, llena de dibujos y anotaciones, llena de interpretaciones e imágenes que simulan lo que será el magno escenario de Mérida. Y es cierto, apenas hay unas pacas de paja que forman parte de un laberinto en el centro del escenario. Eso y 80 metros de seda.
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"Hay directores que no quieren sólo actores obedientes", dice Portillo
Por eso no extraña que Blanca se descubra y sea consciente de que se tiene que descubrir, porque ahí arriba estará ella, su voz y su cuerpo. "Hay que tener la valentía de salir a contarte. Porque yo salgo a contarme, no sólo a contar a Medea", cuenta.
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Otra notable aportación del director esloveno a una de las piezas clave del teatro clásico es la representación de esos dos mundos: el divino y el humano, el consciente y el subconsciente. El primero lo recreará bajo las premisas de los maestros del cine neorrealista italiano. "Fue la primera vez que el cine se abrió a esa parte del ser humano, cuando no necesitaban nada más que amar la realidad", y de ahí bebe para recrear el cuadro limpio, sin más que los conflictos. El segundo es un plano más abstracto, que recrea el mundo del subconsciente, donde lo poético se libera y los actores encuentran en lugar perfecto para atrapar al espectador.
Dejan ver que creen en el espectador con conflicto, en el derrumbe de las emociones. Creen en una salida en silencio del teatro, todos mudos. "El teatro es capaz de tocar al espectador gracias al elemento poético, no al mensaje ideológico", apura Portillo, que se refiere a todas esas cosas concretas que quedan en el aire sin decirse, sin escribirse, pero que se ve y se huele y se retiene. Todo eso que termina explotando a la salida del teatro, rumiando lo que acaba de verse.
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A estas alturas ya hay escenas favoritas y risas nerviosas al reconocerlo. Están en plena fiebre creativa. Se sinceran, Blanca explica que el momento de la despedida entre Jasón y Medea será un momento que no dejará indiferente a nadie. "Todavía quedan muchas cosas por ver, pero esta escena me gusta especialmente. No son señores de hace 3.000 años, si no dos personas que pierden su sueño común. Está muy bien hecha, muy bien contada y hasta aquí podemos hablar", explica la actriz emocionada, que ve en su personaje uno de los más importantes a los que se ha enfrentado porque es medio diosa, medio heroína, hecha de carne y hueso.
Está convencida de que el espectáculo de alguna manera está dedicado a los que están en fuga, a los que buscan ser dueños de su destino y sus sueños. "Medea es la única protagonista de su vida. "Y más si hablamos de teatro, donde hay que buscar, luchar, perseguir, investigar y arriesgarse". Blanca reconoce sentirse atraída por la fuerza de este personaje dispuesta a mantener sus sueños, por encima de cualquier cosa, incluso de sus propios hijos. Y recuerda esa frase trágica de Medea: "Yo les di la vida, yo se la quitaré".
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"No sé, me parece un ser humano lleno de luz. A pesar de tener relación con los dioses ella no apela más que a su propia energía y a su propio ser. Es una mujer, mujer. Muy emblemática, muy femenina, una mujer de acción", explica. ¿No son peligrosos tanto sueño, tanto deseo, tanta carne? "pues mira, creo que no empujan a conformarnos, a tener vidas tranquilas, a no hacernos demasiadas ilusiones con pocas cosas, a que más vale poco que mucho y soñado. Esta función puede ser útil para que nos creamos que las cosas son posibles si uno lucha por ellas", aparece la cada de Portillo más luchadora, si es que no se había presentado a lo largo de la conversación.
La pregunta que se hace y la que imaginamos le ha llevado a tomar la decisión de encarar el papel de Medea es la que resuelve la elección inevitable de cualquiera: ¿Qué prefieres perseguir un sueño o conformarte con tu pequeña vida burguesa? "A mí gusta perseguir vellocinos de oro", suelta con gracia Blanca.
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El vellocino de Pandur es un teatro con un rito que lleve al espectador a entrar en contacto con el nacimiento de la tragedia. Dice que cuando empiezas a investigar un personaje es cuando se hace consciente de que no sabe nada de él y lo resume en una imagen descarnada: "En el teatro no tienes más que un puñal clavado en el corazón para no dejar de buscar".