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La biblioteca del desierto

El Instituto Ahmed Baba de Tombuctú, en Malí, conserva 30.000 manuscritos sobre la presencia islámica en África

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El viajero puede llegar en avión desde Bamako, la capital de Malí, pero el trayecto resultaría demasiado efímero, fútil. Mejor, tan cautivador como incómodo, es hacerlo en cayuco, 14 horas río Níger abajo desde Mopti a Niafunké, y luego, en vehículo todoterreno, otras tres horas de pista arcillosa hasta Tombuctú.

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En la capital del desierto, frontera mítica entre el Magreb y el África negra, sobrevive la biblioteca Ahmed Baba, donde 30.000 manuscritos son la memoria impresa de la presencia islámica en África. "¡Aquí está nuestra historia!", exclama Ghair Abdel. Y abre una puerta de chapa metálica, la última frontera que nos separa de legajos con hasta mil años de vida que ahora hibernan entre decenas de cajas de cartón, vitrinas llenas de polvo y montañitas de arena amarilla en el suelo.

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De nombre oficial Instituto de Investigación y Documentación Islámica Ahmed Baba, la biblioteca de Tombuctú atesora más de 30.000 manuscritos y ediciones de textos religiosos y literarios, mapas de viaje y notas comerciales. Son el disco duro de una ciudad que durante seis siglos tuvo lugar preferente en la historia.

Fundada en el siglo XI por nómadas tuareg para organizar el trueque de esclavos y oro procedente del sur por sal y cobre del norte, Tombuctú fue el eje del impero malí. Fue ocupada en 1468 por guerreros songhai, arrasada por hordas marroquíes en 1591 y, al fin, reconquistada por el ejército de los hombres azules en 1737. Tombuctú mereció halagos de "ciudad misteriosa", y fue considerada "la Atenas de África". En la actualidad, la ciudad de los 333 santos acoge a unos 35.000 habitantes.

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El mayor patrimonio de la capital del desierto, 900 kilómetros al norte de Bamako, reside en la biblioteca Ahmed Baba y en otro par de centros privados de conservación de manuscritos que gestionan familias de larga estirpe. Creado en 1970 por la ONU, el Instituto Ahmed Baba concentra el esfuerzo internacional para que la memoria impresa de la presencia islámica en África no se disuelva en la arena. Pero, vistas las condiciones en las que se almacena el legado, el visitante termina por ceder a la tentación pesimista. Aquí no abundan medios de conservación, pero sobran el polvo, el calor infame de los días y el frío, seco y afilado, de las noches de invierno. "No es la mejor manera de cuidar libros, pero trabajamos duro", indica el vigilante de la biblioteca.

Afuera, entre calles de polvo y bibliotecas familiares, como la Kader Haidara, que conserva varios miles de manuscritos del total de 100.000 que existen en Tombuctú, la fotografía actual de la Meca literaria del Sáhara oscila entre el perfil puntiagudo de sus tres grandes templos de adobe, las mezquitas de Djingareyber (construida en el siglo XIV), Sankoré y Sidi Yéhia (siglo XV), y la destartalada plaza de mercado en la que se realiza la actividad comercial.

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Niños de cara empolvada trasiegan con pollos en venta mientras buscavidas se acercan y tratan de colocar sus navajas repujadas en cuero o pedazos de sal mineral excavados más al norte. Toca regresar a Niafunké, el pueblo que gobernó el bluesman Alí Farka Touré. Una visita a su tumba, alicatada de blanco a las afueras de la villa, devuelve al ritmo cansino que marca la vida cotidiana en África.

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