La Berlinale se volcó hoy en arropar a Roman Polanski, en arresto domiciliario en Suiza por su deuda pendiente con la justicia de EEUU, y recibió su "The Ghost Writer", película a competición por los Osos, como un homenaje al genio ausente.
La Berlinale necesitaba un trío de astros sobre su alfombra roja y hoy lo tuvo -Ewan McGregor, Pierce Brosnan y Olivia Williams-. Un buen thriller político con la CIA como malversora de políticos de por sí manipulables, es algo que siempre viene bien a un festival.
Y, encima, Polanski lleva el áurea del escándalo permanente: un buen cóctel mediático para animar la segunda jornada del festival, tras la moderación inaugural de ayer con la china "Tuan Yuan".
"Es un maestro, el maestro que extrae de nosotros el máximo rendimiento artístico", sentenció McGregor, para deshacerse en elogios a un director que "a veces atentó contra mi ego de actor, otras fue como una madre", y acabar proclamando: "amo a Roman".
"Trabajar con él es algo intenso, muy intenso, como lo ha sido toda su vida", secundó Brosnan, quien recordó la "consternación" que le produjo la noticia de su detención, el año pasado, de "alguien que es padre y esposo, como yo".
El equipo de "The Ghost Writer" parecía accionado por el consenso de deshacerse en elogios sobre Polanski, como director, y no entrar en materia, más que de refilón, en el asunto de sus cuentas con la justicia de EEUU por la presunta violación de una menor en 1977.
"No comentaré la situación de Roman. Este no es el sitio ni el momento. Pero el hecho de que no esté aquí, presidiendo esta conferencia, entre nosotros, es algo muy raro para todos", resumió Robert Harris, autor del best-seller en que se basa el filme.
En el momento de su detención, el año pasado, la película estaba prácticamente acabada, aunque parte de la pos-producción tuvo que realizarse estando ya Polanski en arresto domiciliario en su chalet suizo. "Teníamos que acabar el filme como fuera, para estar aquí, en la Berlinale, aunque fuera sin él", afirmó Harris.
"The Ghost Writer", con un McGregor metido a escribidor de las memorias de un ex premier británico empantanado en el escándalo del secuestro de presos de Al Qaeda y un Brosnan jugando a un "soy y no soy" Tony Blair, fue recibido como lo que es: un buen film, de un maestro de la dirección, basado en un best-seller con garra.
A McGregor, con su cara de nene simpático que descubre lo que no debe en cuanto se aburre en una habitación cerrada, el papel le viene como anillo al dedo. Brosnan se coloca a medio camino entre el pseudo-Blair que siempre supo en qué se metía y por qué y el ex James Bond que aún no abandonó esa pose. Y Williams es la esposa fría, que prefiere seguir manipulando a hacer estallar un matrimonio que seguramente jamás funcionó.
Zarpazos de ironía -"estoy rodeado de pacifistas que quieren asesinarme", suelta McGregor, acosado por manifestantes encrespados por las mentiras de Irak a las puertas de la fortaleza del premier-, una casa lujosa de piedra natural y maderas selectas en el mejor estilo "Bauhaus" y, finalmente, la maestría que nadie se atrevería a discutirle a Polanski.
Otro escritor muy distinto al que interpreta McGregor es el que centró la otra película a concurso: Allen Ginsberg, el poeta cuyo famoso "Howl" -"Aullido"- llevó a su editor ante tribunales por publicar algo considerado para la moral pública de los EEUU en los 50 como "obsceno".
Tanto o más imposible que explicar en prosa un poema parece lo de tratar de llevarlo al cine. Rob Epstein lo intenta, con James Franco interpretando al poeta que quiso ser el nuevo Keruac y que deleitó a a la generación "beat" con recitales de poesía tachada de obscena.
El film recurre a varios escenarios y técnicas: del blanco y negro entre aromas de cigarrillos y jazz al diván del psicoanalista, al cómic como recurso para plasmar los delirios dichos obscenos de Ginsberg, a sus sucesivos novios y novias, más el proceso al editor, donde defensa y fiscalía suben al estrado a críticos y estudiosos, en pos de la verdad y nada más que la verdad sobre qué es poesía.
El "Howl" de Ginsberg quedó engullido por el despliegue de Polanski. Si en la jornada inaugural, a René Zellweger, miembro del jurado, le correspondió "salvar" el honor de la alfombra roja con su sobredosis de encanto -y escote- bajo la nieve, hoy el trío de actores de "The Ghost Writer" se adueñó de la Berlinale.
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