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El atentado desde el asiento 38J

Roey Rosenblith, un empresario norteamericano, relata cómo vivió el atentado frustrado del sábado desde dentro del avión

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Roey Rosenblith es un empresario fundador y director de la Village Energy Limited de Uganda, dedicada a energías renovables en esa zona de África. El día 25 de diciembre estaba en el vuelo 253, que sufrió el atentado frustrado de un supuesto miembro de Al Qaeda, camino de Saint Louis, donde vive su familia.

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Rosenblith ha querido contar su experiencia en los medios y así lo recoge el diario estadounidense The Huffington Post, en su edición digital. En el escrito, este empresario relata los momentos anteriores al incidente y lo que ocurrió y pudo ver desde el asiento 38J del Airbus 330 de Delta Airlines, su asiento. 

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"Justo después de que nos anunciaran que íbamos a aterrizar, escuché a dos personas gritando, después esos gritos se convirtieron en un coro de gritos y llantos", relata Rosenblith. "Las palabras "fuego, fuego" llegaron hasta donde yo estaba sentado", recuerda el empresario. "Miré por la ventana y vi que no había nada salvo nubes blancas. No había escapatoria", asegura en su escrito.

La angustia aumentaba conforme los hechos se fueron ocurriendo. "La sensación de querer correr me sobrecogía, pero no había lugar donde correr en un cilindro metálico con casi 300 personas a bordo". Los miembros de la tripulación comenzaron a actuar y buscaron extintores, pero Rosenblith, desde su posición no sabía qué ocurría. "Se escucharon ruidos de pelea y una voz comenzó a decir que todo estaba bajo control y que estábamos aterrizando". Esa voz indicó a los pasajeros que debían permanecer sentados en los asientos. 

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"Mientras aterrizábamos pasé el mayor miedo de mi vida, porque no sabía qué había pasado y no estaba claro si estábamos ante un aterrizaje seguro. ¿Había algún fallo mecánico? ¿El fuego estaba dentro del avión? ¿Cómo empezó? ¿Por qué gritaba la gente? ¿Cuáles eran nuestras opciones de sobrevivir?", se preguntaba alarmado Rosenblith mientras el avión aterrizaba en unos diez minutos en los que esas preguntas "no fueron respondidas". 

"¿Por qué gritaba la gente? ¿Cuáles eran nuestras opciones de sobrevivir?"

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Tras aterrizar un miembro de la tripulación informó a los pasajeros situados en la parte trasera de la aeronave. "Hemos tenido un incidente, alguien intentó comenzar un fuego, pero nos hemos encargado de la situación. Las autoridades entrarán en el avión. Todo el mundo debe permanecer en sus asientos hasta que se bajen", indicó. 

Rosenblith observaba desde la ventanilla de su asiento cómo "vehículos de emergencias" se acercaban al avión. "Después vi cómo entraban los agentes y se llevaban a alguien", señala. Después de media hora de espera una voz pidió disculpas por lo ocurrido. "Aparentemente alguien metió petardos en el avión", dijo la voz. 

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"Cuando salíamos vi a mi derecha a Jasper Schuringa, que estaba siendo atendido por los médicos y la policía. Sus manos estaban vendadas por las quemaduras". La historia de Schuringa comienza a tomar cuerpo. Y más tras la descripción que hace Rosenblith de los instantes después, cuando todo el mundo se juntó para contarse lo que habían visto. "Al parecer, Jasper Schuringa saltó desde dos filas más atrás y empujó al sospechoso", cuenta Rosenblith. Schuringa habría agarrado el artefacto y se lo habría quitado de las manos al presunto terrorista, de ahí las quemaduras. "La gente comenzó a gritar y a pasarse botellas de agua. Pusieron una manta encima para apagarlo pero se incendió. El agua no hacía efecto", cuenta en su relato. 

"Schuringa saltó desde dos filas más atrás y empujó al hombre"

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También explica lo que hicieron con el sospechoso. "Le desnudaron y le ataron", dice. "Petardos, ese tío estaba loco", comentaba uno de los pasajeros en el pequeño cónclave improvisado tras salir del avión. "Hay que estar loco para meter algo así en un avión", concluyó. 

Después de tres horas de espera nadie les dijo nada. "Sólo nos dejaban ir al baño uno a uno y con un agente custodiando la puerta", asegura Rosenblith. Un oficial les informó de que debían ser interrogados antes de irse a casa "con sus seres queridos". Algunos pasajeros protestaron. Unos pidieron ver a su abogado, otros simplemente comida y agua. Esta última petición fue aceptada, según relata el empresario.

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Tras la espera sólo quedaba pasar los controles de seguridad. Mientras entregaba su pasaporte, Rosenblith quiso enterarse de qué había ocurrido y preguntó a un agente. Éste le respondió: "sólo sé que no va a volver a ver la luz del día".

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