Al-Andalus, una época de luces y sombras por igual
No sólo evocaba tiempos evanescentes, sino que llamaba a puertas propias y ajenas
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Al-Andalus fue un primer renacimiento europeo. Su nombre viene de Atlántida, forjándose así entre leyendas griegas y técnicas romanas. Pero nunca habitamos nuestra Historia, razón por la que siempre nos sorprende cuando se evoca desde fuera. El discurso de Obama en El Cairo, destacado por su alusión a Al-Andalus, tiene la trascendencia de la ruptura con un tiempo de enfrentamiento, de delimitación propia por exclusión del otro. En el subconsciente nos pica el contraste que expresó el presidente norteamericano por error: Al-Andalus en tiempos de la Inquisición. Porque en ese error se encuentran de costado nuestras leyendas como dos barcos en la niebla: el mito de la tolerancia andalusí y la etiqueta internacional de un par indisociable, Spanish Inquisition. Lo importante es saber cual viene y cual va: ¿Queremos excluir para construir, o mitificar para mitigar?
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Obama dicen pecó de buenista en El Cairo: Al-Andalus, tolerancia, Alianza... Omeprazol para todos los zoilos de las ondas y las tintas hispanas; los críticos de las cosas grandes, porque en realidad sólo entienden de datos pequeños. Y ya se conoce aquel insulto de Ortega y Gasset al listo de su tiempo: es un tipo que sólo sabe cosas concretas. Pues en esas se basa la crítica a un discurso que se suma a la lista de los futuribles, no por ello concretables. Como I have a dream de Luther King o Ich bin ein Berliner de Kennedy. Y lo histórico del discurso es que fue bifrontal de un modo trascendente.
No sólo evocaba tiempos evanescentes, sino que llamaba a puertas propias y ajenas: propias con el convencimiento de que las sociedades modernas deben contar con el Islam, y ajenas porque no hay hoy por hoy un rincón árabe en el que se pueda ser tranquilamente cristiano, judío o ateo. Y eso que en el Egipto copto y el Líbano maronita debería poderse, pero los tiempos están cambiando, por lo que el freno y marcha atrás de Obama tiene un sentido aleccionador sin paliativos.
Por supuesto, la gente se mataba en Al-Andalus; era gente, no lo olvidemos. Es evidente que ocho siglos de historia propia ahí les duele arroja un naufragio recordatorio de luces y sombras por igual. Pero aunque sólo pudiesen rememorarse cinco minutos de absoluto convencimiento andalusí, la cosa merecería la pena ser evocada en mil y un discursos buenistas de ese talante. Porque Al-Andalus, en tanto que evocación de futuro, remite a la situación en que la Cultura con mayúscula es única en tanto las religiones pueden ser muchas. El tiempo en que un buen poema podía valerte un ministerio, y no se preguntaba la religión que podía o no rebotar por las paredes de tu casa.
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Esa es la lectura contemporánea de un Al-Andalus a la altura de la Europa multirreligiosa y multisocial de hoy día; porque no olvidemos que Al-Andalus fue Europa. Una Europa posible que Barack Obama ha estirado hasta más allá del Mediterráneo y hasta el Golfo Pérsico.